Biutiful. 2010, Alejandro González Iñárritu

Alejandro González Iñárritu se ha erigido, película tras película, como el cineasta de las situaciones al límite. Sus personajes se encaminan invariablemente hacia el abismo, e Iñárritu les retrata en su trayecto sobre el alambre con una fascinación no exenta de crueldad. Sin embargo, la escritura fragmentada de Guillermo Arriaga venía hasta el momento a diversificar el cúmulo de desgracias que poblaban sus guiones, convirtiendo los dramas oscuros de "Amores perros", "21 gramos" y "Babel" en depurados ejercicios narrativos de historias cruzadas y de alternancia de puntos de vista.
Una vez producido el divorcio artístico entre Arriaga e Iñárritu, lo que queda es la tragedia en bruto y sin retóricas que "Biutiful" exhibe con crudeza. El aire documental y el acabado realista de las imágenes de "Biutiful" conviven con ciertos apuntes de irrealidad que, lejos de aliviar tensiones, las potencia en una extraña amalgama de crónica y fantasía, vigilia y pesadilla, vida y muerte. Iñárritu deja traslucir así su propia identidad de autor y la emplea como recipiente para que Javier Bardem, el actor protagonista, vierta su desmesurado talento.
El tópico suele definir como recital interpretativo la labor ejemplar de un actor. Pero lo que Bardem logra en "Biutiful" es digno de una orquesta filarmónica completa, en la que cada instrumento está perfectamente afinado y donde cada nota suena con su timbre, color y tono exacto. Un trabajo más que esforzado, hiriente, que sigue con rigor la partitura de un guión que es capaz incluso de mejorar. Es sin duda un alarde de creación que, engañosamente, parece producirse frente a los ojos del espectador, y que justifica la visión de una película, por otra parte, emocionante, apasionada y lúcida en su dolorosa intensidad.
A continuación, el cortometraje que Alejandro González Iñárritu realizó en 2001 para la serie promocional de BMW "The hire", todo un ejercicio de montaje y planificación con el sello del director mexicano.