Lourdes. 2009, Jessica Hausner

Película insólita por su transgresión silenciosa y por su tranquila irreverencia, una rareza que admite pocas comparaciones. Acaso “Lourdes” pudiera ser vista como un híbrido entre Dreyer y Kaurismäki, reforzando el carácter nórdico que atraviesa la obra de estos dos cineastas y la película de Hausner. Lo original del planteamiento de “Lourdes” es el de representar un hecho excepcional, el milagro de una joven aquejada de apoplejía que recupera la movilidad, como si fuese cotidiano, mientras que se asiste al mismo tiempo a la rutina de un lugar y de sus ceremonias con la mirada enrarecida de quien sabe ver más allá de la superficie. Sin embargo, ninguna de estas dos actitudes aparece en la pantalla subrayada ni condicionada por valoraciones precipitadas, sino más bien al contrario, desde una asepsia que bien pudiera ser respeto, distanciamiento o ambas cosas a la vez. Porque Hausner toma partido precisamente no tomando ninguno, es decir, su llamativa frialdad obliga al espectador a formarse un juicio sobre lo que sucede en la pantalla, que en realidad es poco, pero de hondo calado. Ese es el riesgo y la apuesta que propone “Lourdes” con una valentía que el público debería apreciar, no sin pocas garantías de que así sea. Al igual que otros raros cineastas como Manoel de Oliveira, Jessica Hausner se erige en la figura de la dinamitera discreta y tranquila que elabora su discurso a base de silencios, permitiendo que su mirada se haga crítica en los ojos del espectador sin que él lo perciba. La directora austríaca realiza así una pequeña joya, una rara avis dentro la monótona cartelera actual.