Algunos títulos hacen saltar todas las
alarmas, más teniendo en cuenta la sobredosis de almíbar con la que el cine ha contemplado
los amores tempranos. Terreno siempre proclive a la evocación nostálgica, el
amor de juventud que Mia Hansen-Love
retrata en su tercer largometraje
funciona más como la crónica fría y rigurosa de un amour fou que
como la perenne oda al romanticismo. “Un amour de jeunesse” es, felizmente, poco ruido y muchas nueces.
Película directa que esquiva lo banal y lo complaciente, "Un amour de jeunesse" consigue la emoción sin apelar a los trucos
fáciles, muy al contrario: la directora francesa realiza un ejercicio de
concreción narrativa en el que cuenta solo lo imprescindible, con los mínimos
personajes, para que el relato no se distraiga sino en lo necesario: la
disparidad del amor, los deseos insatisfechos, la improbable simetría entre los
amantes.
"Un amour de jeunesse" supone también la confirmación de una deuda con los directores de la nouvelle vague. Hansen-Love exprime los frutos de Truffaut, Rohmer o Malle, y los filtra a través de su propia mirada, mezcla de fabulación y experiencia. El guión es escueto y exhaustivo al mismo
tiempo: se cuentan muchas cosas, pero de manera sencilla, casi como por
inercia. Para alcanzar este efecto solo aparente es necesario un armazón
sólido, un texto depurado en el que los detalles trascienden la mera anécdota
para convertirse en detonantes del drama. Así, el roce de una mano o un
sombrero arrastrado por la corriente subvierten la trama, la redimensionan. En
este sentido, el trabajo de Hansen-Love
es un ejemplo de naturalismo aplicado a los personajes: sus palabras, sus
miradas permanecen siempre a ras de cámara, son escudriñados mediante una
realización tan poco aparatosa como estimulante, a la que el montaje imprime nervio.
Lola Créton y Sebastian Urzendowski
prestan sus rostros a la pareja de amantes condenada al desencuentro, en esta
película sensible que logra la proeza de no resultar sensiblera. “Un amour de
jeunesse” es, en definitiva, un paso más en el camino de Mia Hansen-Love por los vericuetos del alma humana,
siempre desde la honestidad y el respeto por sus personajes que es, por
extensión, respeto por los espectadores de cine.
Como aliciente, suenan un par de canciones en
la banda sonora de la gran Violeta Parra: