Las cruzadas. "The crusades" 1935, Cecil B. DeMille

El nombre de Cecil B. DeMille está inevitablemente asociado a las grandes producciones de carácter épico y al sistema de estudios que él mismo ayudó a crear. Algunas de sus películas más ambiciosas explotaron la fórmula de "Sangre, Sexo y Biblia" ensayada con anterioridad por cineastas como Pastrone o Griffith, una ecuación que DeMille perfeccionó para convocar al público en los cines. Las cruzadas es un buen ejemplo de ello. Detrás del boato y la fastuosidad, nos encontramos con un panegírico a mayor gloria de la fe cristiana y de los valores que representa. Como si la propia cruzada que narra el film se extendiese por las salas en las que fue estrenada a mediados de los años treinta, en plena ola conservadora tras la imposición del código Hays. Los espectadores de entonces y los de ahora saben que cualquier lección se aprende mejor si está bien expuesta. Y DeMille era perfecto para impartir doctrina.
La doble faceta del cineasta como director y productor permite que sus películas sean al mismo tiempo espectáculos grandiosos y narraciones exigentes, sin que exista diferencia entre una cosa y otra. Como es habitual, los decorados empleados por DeMille conservan la teatralidad propia del cine mudo y el sentido pictórico de artistas como John Martin o Gustave Doré, sin caer por ello en la mera ilustración de acontecimientos históricos. En sus films, imagen y contenido forman un mismo corpus. DeMille extrae de la puesta en escena valores narrativos, a través de los emplazamientos de cámara y del movimiento de los actores en el plano. Sobra decir que el esforzado trabajo del equipo técnico y artístico de Las cruzadas tiene su reflejo en la pantalla, un lienzo donde los momentos íntimos y las escenas de grandes masas adquieren el mismo calado.
Los actores responden con creces. Loretta Young y Henry Wilcoxon resuelven con éxito sus personajes de Berenguela de Navarra y Ricardo Corazón de León, dentro un largo elenco que incluye a ilustres secundarios como Alan Hale o Aubrey Smith. Todos encarnan arquetipos que permiten que la trama se siga con interés y rebajan la solemnidad del conjunto empleando abundantes recursos de comedia. DeMille siempre supo rodearse de buenos colaboradores, por eso su labor como director muchas veces se asemeja más a la del maestro de ceremonias de un enorme circo en el que intervienen el drama y el humor, la acción y la emoción, la historia y el entretenimiento...
Es muy común que la aparatosidad del cine de Cecil B. DeMille haga pasar desapercibido su talento como narrador, siempre al servicio del guión y buscando la satisfacción de un público amplio. Por eso más allá del ruido y de los fastos, merece la pena detenerse en películas como Las cruzadas. Aunque requieran cierta predisposición del público para dejar a un lado su propaganda religiosa y su carga moral, son el mejor ejemplo de un cine extinguido que, por suerte o por desgracia, no ha de volver jamás. Una exhibición del esplendor de Hollywood en sus años dorados.