Tomorrowland: El mundo del mañana. 2015, Brad Bird

El cine familiar es un terreno con márgenes poco definidos en el que caben todas aquellas películas cuyo argumento no ofende ni a la integridad del adulto ni a la inteligencia del niño. Es cine que favorece el encuentro generacional y al que se le presupone una capacidad para propagar valores positivos apelando a la diversión y al entretenimiento. En mayor o en menor medida, los grandes estudios tratan de cumplir su cuota de cine familiar porque conocen la rentabilidad del producto y su perdurabilidad en el tiempo, en comparación con otros modelos más acotados y coyunturales. Si hay una compañía especializada en el cine familiar es sin duda Disney, lo que le ha valido la admiración y la desconfianza de una audiencia global. Para muchos es una garantía de calidad y una marca de la que poder fiarse, para muchos otros supone un ejemplo de imperialismo mercantil y de colonización cultural. En ambos casos queda patente la identificación del nombre de Disney con una forma de hacer cine cuyos límites entre la ficción y la conciencia, la narrativa y la ideología, suelen confundirse.
La película Tomorrowland: El mundo del mañana es el paradigma del perfecto cine familiar. Ciencia ficción, drama, comedia, acción... cada uno de los ingredientes participa del relato con equilibrio e inteligencia, buscando la satisfacción del espectador sin recurrir a obviedades. Para ello nadie mejor que Brad Bird, director de comprobada solvencia que cuenta en su haber con joyas como El gigante de hierro o Los Increíbles. A pesar de lo aparatoso de la producción, Bird consigue imponer su estilo tanto en el guión como en la planificación. Los aficionados reconocerán sin dificultades el humor y el dinamismo heredados del cine de animación que dio prestigio al director de Ratatouille, y que extiende su sombra hasta Tomorrowland. Para ello se rodea de pesos pesados como el montador Walter Murch, el director de fotografía Claudio Miranda y el compositor Michael Giacchino, nombre con el que Bird forma una fructífera asociación desde hace años y que deja en Tomorrowland una prueba de su talento para alternar las piezas vigorosas con las melodías íntimas.
En el apartado artístico, el film se ve favorecido a partes iguales por la veteranía y la juventud de su plantel de actores. Entre los primeros figura un George Clooney tan eficaz como de costumbre, que comparte canas en la pantalla con Hugh Laurie. Los jóvenes están representados por Britt Robertson, intérprete que muestra aquí sus aptitudes cómicas, y por Raffey Cassidy, verdadero prodigio que resuelve y amplía las posibilidades de su personaje.
Se diría que con todos estos elementos, Tomorrowland sólo podía salir bien. La experiencia demuestra que es precisamente en proyectos grandilocuentes como éste donde se estrellan muchos directores. A la complejidad del guión se une una dirección artística de enorme peso en la trama, dos aspectos sobre los que Brad Bird logra imprimir su carácter. En ningún momento deja que la historia se le vaya de las manos y que los efectos especiales, al contrario de lo que suele suceder, terminen por gobernar la película. Los personajes evolucionan de forma coherente y hay un desarrollo dramático que desemboca en la oportuna moraleja acerca de la responsabilidad por mantener el orden mundial y el respeto hacia la naturaleza. Cuestiones loables que introducen en Tomorrowland un mensaje provechoso para niños y mayores. En definitiva, cine familiar de altura que debería ser tomado en cuenta como referente.
A continuación, un resumen de la breve pero intensa carrera de Brad Bird hasta la fecha. A los aciertos ya conocidos se suma la promesa de los grandes momentos que están por llegar, el futuro de un cineasta empeñado en dignificar el cine comercial con ingenio e imaginación: