Lean on Pete. 2017, Andrew Haigh

Hay películas que logran sorprender sin recurrir a golpes de efecto ni a recursos fáciles. Lean on Pete es un buen ejemplo. Filmada en el noroeste de los Estados Unidos por el británico Andrew Haigh, la película tiene la habilidad de no dar al público lo que espera en cada momento, a pesar de que la sensación que prevalece durante muchas escenas es la de haberlas visto antes. Sin embargo, cuando se empieza a identificar el referente, la trama evoluciona hacia un terreno distinto e inesperado.
Haigh adapta la novela homónima de Willy Vlautin sobre el proceso de maduración de un adolescente criado en condiciones difíciles. Charley vive solo con su padre, un desastre como modelo de responsabilidad. Su única vía de escape es salir a correr, como si estuviera escapando de sí mismo (aquí podemos recordar La soledad del corredor de fondo). Hasta que un día presta ayuda a un propietario de caballos de carreras encarnado por Steve Buscemi. A partir de entonces, los intereses del joven se irán orientando hacia el mundo de los equinos y en concreto uno de ellos, el que da título a la película. La relación que se establece entre el pupilo, el maestro y la jockey interpretada por Chloë Sevigny marca la primera parte del film. Es entonces cuando Lean on Pete se encamina al género de películas de superación deportiva y de intercambio generacional de valores humanos. Pero no teman, porque la trama gira después hacia la road movie, el western contemporáneo y, finalmente, el drama social que termina imponiéndose en el conjunto.
El personaje de Charley es el de un moderno Lazarillo. El hecho de que sus peripecias resulten creíbles se debe, en buena parte, a la mirada desvalida y la naturalidad del actor Charlie Plummer. También sus compañeros de reparto contribuyen a mantener el tono realista del film (solo Travis Fimmel, quien interpreta al padre, excede los gestos y cae en el artificio), en un paisaje humano que dialoga en todo momento con el geográfico. La variedad de escenarios tiene gran importancia en Lean on Pete, no solo como un catálogo de emplazamientos donde sucede la acción, sino como una prolongación anímica de los personajes. Tanto los espacios interiores como los exteriores aparecen fotografiados con detalle por Magnus Nordenhof Jønck, capaz de retratar la América profunda con la belleza de lo cotidiano.
El director mantiene el pulso narrativo en una historia cuyo calado emocional va creciendo hasta la llegada del desenlace, una catarsis íntima coherente con todo lo anterior. El cuarto largometraje de Andrew Haigh no endulza realidades incómodas pero tampoco explota el feísmo ni el morbo por lo truculento que en ocasiones afecta a otras producciones menos sutiles que esta. Lean on Pete es concisa en las formas y estimulante en el contenido, está rodada con acierto y provoca en el espectador un efecto de reconciliación con los lugares y las personas que no suelen figurar en las listas de popularidad ni en los escaparates del éxito. Solo por eso merece la pena asomarse a este film doloroso y honesto.