Petra. 2018, Jaime Rosales

Uno de los temas principales que atraviesan la obra de Jaime Rosales es la muerte. Con la salvedad de Hermosa juventud, el deceso está presente en sus argumentos desde la perspectiva rutinaria de un psicópata homicida (Las horas del día), la fatalidad de un atentado terrorista (La soledad), el fanatismo ideológico (Tiro en la cabeza) o las consecuencias de un accidente de tráfico (Sueño y silencio). A estas películas acerca de la muerte y sus secuelas se suma Petra, un drama que actualiza la tradición de la tragedia griega a los tiempos actuales. En lugar de recurrir al exceso y la declamación, Rosales ahonda en el género desde la sobriedad y la reflexión que caracterizan su cine, provocando un encuentro que él mismo ha situado entre el clasicismo y la vanguardia.
Para empezar, la estructura narrativa está divida en capítulos cuyo título hace referencia a lo que va a acontecer, eliminando así la posibilidad de sorpresa. El cineasta emplea este recurso propio de la literatura antigua para supeditar el qué al cómo, reforzando el carácter aleccionador de una historia enmarañada por las relaciones familiares. El epicentro del terremoto se localiza en el personaje de Jaume, un artista de prestigio que pervierte todo cuanto desea. Rosales derruye a través de su figura el mito del arte salvador y puro, y plantea la pregunta: ¿Puede alguien malvado ser capaz de crear belleza? La respuesta está en poder del público, el cual observa la acción mediante los ojos de Petra. Una mirada plena de humanidad gracias a la implicación y la valentía de Bárbara Lennie, actriz que vuelve a demostrar aquí la medida de su talento. La intérprete madrileña lidia con las tormentas interiores que encierra Petra desde la mesura y el ocultamiento, cualidades que también exhiben sus compañeros de reparto Àlex Brendemühl (quien se reencuentra con el director quince años después de Las horas del día), Marisa Paredes y un sorprendente Joan Botey, en su primer papel en la pantalla. Parece mentira que este último no haya interpretado personaje alguno antes de Jaume, una criatura de gran complejidad que exige importantes dosis de sangre fría.
Al estudio de personajes que contiene Petra se añade además la capacidad del director para ilustrar con imágenes sus evoluciones a lo largo de la trama. Rosales se vale de frecuentes movimientos de cámara y de los desplazamientos de encuadre de un personaje a otro para atender los diálogos, de igual modo que los silencios. Se trata de una retórica visual en la que se mezclan lo narrativo, lo descriptivo y lo dramático, y que insiste en determinados rasgos de estilo (son habituales los comienzos de escena en los que la cámara se introduce en la estancia donde están los personajes). Esta manera de contemplar las acciones otorga al espectador la función de testigo o, más bien, de juez que emite un veredicto ante lo que ve en la pantalla. Una actitud coherente con el carácter moralista de la tragedia clásica que recrea Petra. Cada uno de los giros que quiebran el guión propone al público una nueva sentencia que se va transformando hasta llegar al desenlace, el único momento en el que Jaime Rosales practica la enmienda y se muestra condescendiente con los supervivientes del drama. Después de tanta zozobra, resulta un alivio asistir a un final que esquiva el deus ex machina y se pliega a la razón, no en vano, la película está trazada con tiralíneas y presenta un conjunto acabado y sin fisuras. Petra supone un punto de inflexión en la obra de Rosales, es su película más accesible y depurada hasta la fecha, alejándose deliberadamente de la capilla del cine de autor para optar a un público más amplio, sin sacrificar por ello la exigencia que identifica su cine.
A continuación, unas interesantes declaraciones del director que sirven como perfecto complemento a la película: