Esta vez la dirección recae en Edward Bernds, artesano discreto al frente de un equipo de profesionales que trabajan sin veleidades artísticas y a servicio de obra. El guion escrito por el propio Bernds retoma la historia original transcurridos quince años donde esta terminó: el hijo del científico protagonista ha crecido y, ante el fallecimiento de la madre, por fin se siente libre para continuar las investigaciones llevadas a cabo por el padre que derivaron en su mutación en hombre-mosca y en su posterior destrucción. Como cabe esperar, el experimento vuelve salir mal y las consecuencias se repiten con la diferencia de que desaparecen los contrapesos románticos que daban profundidad a la película anterior. El regreso de la mosca prescinde de conflictos internos e incorpora elementos del noir (la trama de espionaje) expresados mediante la fotografía que, en este caso, es en blanco y negro.
Son varios los cambios y ninguno redunda en mejora. Por suerte, hay algo que permanece y es la presencia en el reparto del siempre estimulante Vincent Price. Frente a él hay un actor principal de aire atormentado, Brett Halsey, y otros nombres que dan vida a un grupo de personajes arquetípicos, entre los que figura la inevitable joven cuya función es adornar las imágenes y gritar cuando corresponde. En suma, El regreso de la mosca no aporta gran cosa a su ilustre antecesora más que un rato de entretenimiento poco exigente, varias escenas de humor involuntario... y una ración extra del señor Price, que nunca viene mal.