Ya desde el inicio, la directora británica propone un relato de apariencia sencilla: la convivencia de un padre separado con su hija preadolescente en un resort de la costa turca durante las vacaciones estivales. La relación entre los dos personajes, interpretados con enorme precisión por Paul Mescal y por la debutante Francesca Corio, se bifurca en líneas temporales que intercalan el pasado (la narración principal transcurre en el recuerdo de la hija), el presente (con la hija ya adulta) y un espacio alegórico en forma de discoteca donde ambos vuelven a reencontrarse. De este modo, la historia adquiere profundidad, ya que sugiere el drama de la enfermedad mental dentro de la experiencia cotidiana y juega en todo momento con el simbolismo de los elementos: la alfombra que preserva la memoria compartida, los parapentes que surcan el cielo como ideal inalcanzable, el escenario del agua propicio a la transformación... Wells pone en marcha un dispositivo con un tiempo propio que emplea las elipsis (atención al montaje de Blair McClendon) y que trabaja con el fuera de campo de manera sugerente, a veces misteriosa. Valga de ejemplo el plano sostenido de la fotografía que se va revelando mientras los protagonistas hablan, precisamente, sobre la posibilidad de seguir viviendo juntos en un verano inagotable.
El metraje está repleto de pequeños detalles que tienen eco en el conjunto y que se expresan mediante una planificación basada en el punto de vista. Aftersun es una película acerca de la mirada. La mirada de una niña que está dejando de serlo y eso condiciona su percepción de las cosas que tiene alrededor, bien cerrando el encuadre en gestos que cobran importancia, o bien abriéndolo para situar las figuras en el paisaje. También ayudan a resignificar las imágenes los ángulos y los movimientos de cámara, además de ciertas herramientas visuales como los reflejos o las composiciones invertidas, de nuevo en la mirada de la niña boca abajo, en un espejo o en las grabaciones de una videocámara recurrente en la trama... son señales que vale la pena discernir para ahondar en el enigma de esta obra que se sigue, por otra parte, con naturalidad y fluidez. Conviene no asustar al público con lecturas demasiado complejas, dado que Charlotte Wells es capaz de alcanzar la trascendencia empleando un lenguaje audiovisual accesible, empatía por los personajes y un humanismo sin fisuras. Cualidades propias de los cineastas experimentados que ella desarrolla con una habilidad pasmosa, semejante a presenciar un milagro en directo.