Capitalismo: una historia de amor. "Capitalism: a love story" 2009, Michael Moore

El documental fue el primero de los géneros cinematográficos, y desde aquellos golpes de manivela de los pioneros hasta las últimas capturas digitales se ha recorrido un largo camino que ha transformado sustancialmente la forma de retratar la realidad de numerosos cineastas. Uno de los cambios más importantes tiene que ver con la búsqueda de la objetividad y de la imparcialidad, directamente heredados del periodismo, una pretensión que a lo largo de los años se ha visto afectada por la intromisión del concepto de autor, menguando las facultades del reportero para potenciar las del narrador. En este ámbito, el nombre de Michael Moore se ha revelado como el último de sus profetas, librando al documental de algunos de sus corsés y molestando a los que creen en la inalterabilidad del género. Moore puede ser al documental lo que Tarantino a la ficción, esto es, un enfant terrible que subvierte las reglas a su antojo en pos de un resultado que logra contentar a un público fiel. Por lo tanto, la capacidad del espectador de participar en el juego que Moore propone condicionará su empatía por una obra de la cual "Capitalismo: una historia de amor" supone el último eslabón. Sus armas resultan tan infalibles como de costumbre: una pluma ágil y mordaz, cargada de veneno, una inteligente captación de ambientes y de personajes y, sobre todo, un habilísimo empleo del montaje que convierten el visionado del documental en un ejercicio apasionante y revelador. Los críticos de Moore le acusan de demagogo, narcisista y sectario. Los seguidores ven en su cine el altavoz perfecto para difundir mensajes combativos y necesarios, proclamas que alienten el debate y la rebelión contra lo que se quiere acallar. Mientras tanto, el cineasta disfruta con ambas perspectivas, la de sus críticos y sus seguidores, porque su objetivo es el de colocar bombas-trampa disfrazadas de películas para provocar y azuzar las conciencias de un público que, a favor o en contra, nunca puede permanecer indiferente. Y esto es lo mejor que se puede decir de un autor cuyo trabajo es el producto de estos tiempos burdos y terribles, de los cuales él extrae litros de jugo de creatividad y clarividencia, mediante una fórmula que conjuga humor, compromiso y emoción. No se trata de dar respuestas, sino de plantear las cuestiones adecuadas. Y es que si no existiese Michael Moore, habría que inventarlo.