La ronda de noche. "Nightwatching" 2007, Peter Greenaway

Si hay un director capaz de trascender los límites narrativos del cine y de llevarlos hasta otras artes, ese es sin duda Peter Greenaway. Y es que como viene siendo habitual, "La ronda de noche" no es sólo cine. Es teatro, es literatura y es, sobre todo, pintura. La planificación recrea en todo momento la obra de Rembrandt, personaje protagonista de la película, y está planteada como una sucesión de cuadros donde los personajes ocupan un espacio escénico, generalmente en planos largos y de conjunto, cuya iluminación huye de la realidad y cumple funciones más estéticas que descriptivas. No es de extrañar que esta forma de utilizar la pantalla, acercándola más al lienzo, provoque tanto críticas como alabanzas. A estas alturas, Greenaway no engaña a nadie. Para él, el cine es una herramienta, un modo de expresión. Es el catalizador de sus inquietudes. El problema, en el caso de "La ronda de noche", es la dispersión en el desarrollo del relato. La acumulación de personajes lleva a la confusión, y esto es debido a que las acciones no suceden sino que se cuentan, algunos de los acontecimientos más importantes los conocemos por boca de quienes los han presenciado, una opción bastante poco cinematográfica que no impide, sin embargo, no caer en la fascinación de su puesta en escena y en el poder hipnótico de sus imágenes. Hay que lamentar también la falta de fluidez en la historia, lo que hace que las escenas se sucedan sin cohesión y en ocasiones resulten premiosas y deslavazadas. Esto provoca que la película se disfrute mejor durante momentos aislados -algunos ciertamente memorables- que en su conjunto, algo frío y monótono. Aún así, conviene reconocer la valentía de su autor y su voluntad de llegar siempre un paso más allá.
A continuación, el cortometraje que Peter Greenaway rodó en 1969 bajo el título "Intervals", uno de sus primeros trabajos de experimentación con el montaje.