Another year. 2010, Mike Leigh

Menos combativo que Ken Loach y no tan ecléctico como Stephen Frears, el cineasta británico Mike Leigh se ha destacado siempre como un certero observador del comportamiento humano, sin que sus películas dejen de tener por ello un fuerte trasfondo político y sus intereses sean muchos y variados. Leigh es, sobre todo, un magnífico director de dramas, “Todo o nada” y “El secreto de Vera Drake” son buena prueba de ello. Su capacidad para traducir los problemas sociales en tragedias domésticas, al alcance de cualquier espectador más allá de su procedencia, le confirma como un atento humanista atento a los detalles y evoluciones de sus criaturas: la clase media y baja inglesa, ciudadanos apartados muchas veces del estado del bienestar y náufragos a la deriva en un mar de contradicciones sociales.
Con “Another year”, Leigh se centra más en cuestiones personales que en políticas, y aborda los dramas íntimos de un grupo de personas golpeados por la soledad. En el centro de este grupo se encuentra un matrimonio que, estos sí, son completamente felices. Son el faro que atrae con su luz a las polillas que buscan refugiarse de la oscuridad. El contraste producido entre los personajes y su relaciones cruzadas son el material sobre el que se construye “Another year”: una parábola sobre la felicidad, sobre su tenencia y ausencia.
Como es habitual, Leigh elabora una galería de personajes rica en diálogos y en situaciones, más naturalista que realista, capaz de elevar el costumbrismo a categoría de drama aliviado, ocasionalmente, por destellos de comedia. Leigh mira a sus personajes con respeto y honestidad, haciendo de la dirección de actores la verdadera baza de esta película. Cada uno de ellos está perfecto en su papel y se constituyen en piezas de un engranaje movido con lucidez y con inteligencia por Mike Leigh. “Another year” es la quintaesencia de sus cualidades como guionista y director, un film triste sobre la felicidad o, dicho de otro modo, una comedia amarga que huye de la complacencia y tiene la virtud de conmover sin hacer aspavientos, apelando al talento inmenso de sus actores.