El ídolo de barro. “Champion” 1949, Mark Robson

Cineasta inquieto y comprometido, Stanley Kramer produjo dramas de contenido social que alentaban el debate y obligaban al espectador a hacerse preguntas. Un ejemplo de ello es “El ídolo de barro”, relato arquetipo ambientado en el mundo del boxeo, que cuenta el ascenso desde la miseria hasta el éxito de un púgil que deberá pagar un precio a cambio de la gloria. La narración clásica norteamericana no tiene, en este caso, un final feliz. Aquí no hay redenciones posibles ni mensaje aleccionador: la crítica al propio deporte como mercancía de ganado humano y a los gerifaltes del negocio plantea cuestiones universales, de tintes shakesperianos. ¿Se puede alcanzar el poder manteniendo la integridad intacta? ¿Tienen los triunfadores las manos limpias? El director Mark Robson responde a estas preguntas con una negación rotunda, fatalista, haciendo de “El ídolo de barro” una parábola cruel y áspera que años después desarrollaría en “Más dura será la caída”, otro alegato que desvela la trastienda de un deporte reducido a espectáculo fraudulento.
Robson inicia la película con un primer acto vitalista que introduce elementos de comedia y funciona como contraste de lo que vendrá a continuación, dos actos cuya negrura se va acrecentando y donde el peso de los diálogos sustituye al de la acción. La narración de la primera parte resulta muy dinámica, casi eléctrica, y es sin duda lo más brillante del film, con un magnífico Kirk Douglas haciendo suyo el personaje del vividor con ambiciones. Después, el guión firmado por Carl Foreman gana en dramatismo y profundidad, pero se echan en falta unos diálogos que estén a la altura, aunque la puesta en escena extrae los mejores resultados de la sobriedad formal y del tenebrismo de la fotografía.
Película dura y sin concesiones, se trata de un relato sobre la deshumanización del éxito que tiene un trasfondo moral más que apreciable, necesario. Uno de los grandes films sobre el boxeo que abrió las vías por donde transitarían películas posteriores como “Marcado por el odio” o “Toro salvaje”, obras superiores pero que mantienen una deuda constante con “El ídolo de barro”.