Elefante blanco. 2012, Pablo Trapero

Introducir una cámara de cine en un barrio pobre sin resultar sensacionalista o condescendiente es tanto o más complicado que rodar una película de religiosos sin caer en el adoctrinamiento. Pablo Trapero sale indemne de estos dos retos y demuestra su versatilidad en “Elefante blanco”, un drama de fuerte contenido social que asienta su arquitectura narrativa sobre cimientos políticos.
Filmada con honestidad, consigue no tropezar en los lugares comunes (“La ciudad de la alegría”, “Ciudad de Dios”) ni derivar en el panfleto o en la militancia ciega, sino en el compromiso con los personajes y sus acciones. La historia de un pequeño grupo de curas y de una asistente social en su lucha por la dignidad dentro de una de las barriadas más conflictivas de Buenos Aires, adquiere tintes documentales por un lado y dramáticos por otro.
La parte documental retrata una realidad que no explota sus miserias en beneficio de la ficción ni tampoco las edulcora, permitiendo que la cámara de Trapero se funda y se confunda con el ambiente, de la que es testigo privilegiada y cronista atenta, exhaustiva.
La vertiente dramática aporta trasfondo y profundidad a los personajes interpretados magníficamente por Ricardo Darín, Jérémie Renier y Martina Gusman, aunque quedan inevitablemente diluidos en la frondosidad del conjunto, como figuras difuminadas en el paisaje. La parte real devora a la ficticia, y esto es debido a que la acumulación de situaciones que van tensando los hilos narrativos termina por perder fuerza, provocando que el continente se imponga sobre el contenido. En el último tercio de la película la trama tiende hacia la dispersión, no obstante Trapero recurre a un desenlace con reminiscencias de cine negro que, lejos de caer en moralejas fáciles o aleccionadoras, plantea más preguntas que respuestas: ¿Dónde termina el deber y empieza el compromiso? ¿Tiene cabida la bondad en un mundo injusto? ¿Es lícito el rencor, el deseo, en personas que han renunciado a ello? “Elefante blanco” es una reflexión velada sobre estos y otros temas realizada con brío y energía, que no se queda sólo en las buenas intenciones sino que araña la superficie del problema buscando la raíz, hurgando en las entrañas. Pablo Trapero se mancha las manos y ofrece una película dura y emocionante, un viaje no apto para turistas por los callejones más apartados de la sociedad del bienestar. Una producción argentina hermosa, terrible, pero sobre todo necesaria.