El quimérico inquilino. “Le locataire” 1976, Roman Polanski

A lo largo de los años, le trayectoria del cineasta Roman Polanski ha derivado desde la experimentación y la ausencia de convenciones de la primera época hasta un estilo más depurado, si acaso domesticado por la práctica, que se mantiene en la actualidad como ejemplo de vigor narrativo y de falta de previsibilidad. La revisitación de los géneros clásicos y las referencias literarias han sido algunas de las constantes de su filmografía, herramientas que el director ha sabido adaptar a su propio carácter buscando nuevas vías de expresión. En este sentido, los setenta fueron tal vez sus años más iconoclastas, en los que se enmarca su traslación a la gran pantalla de la novela de Roland Topor “El quimérico inquilino”.
Polanski bebe de las fuentes del teatro del absurdo, de Inonesco y Beckett, matizados por su refinado sentido de la crueldad y por su habilidad como creador de atmósferas. Porque ésta es, sobre todo, una película de atmósfera, la de una vetusta casona de París cuyos vecinos tratarán de conducir a la locura al nuevo inquilino, magníficamente interpretado por Polanski.
El dominio de los espacios cerrados exhibidos en otros films como “Repulsión” o “La semilla del diablo” se vuelve aquí filigrana, teñido de sucia belleza y de romanticismo decadente gracias al genio de Sven Nykvist, un director de fotografía capaz de dotar a los decorados de una plasticidad que atraviesa la pantalla.
La alquimia de Polanski consiste en convertir la teatralidad del entorno en puro cine, haciendo de las paredes del edificio la frontera entre la razón y el delirio que cruza el protagonista de la historia. El resto de criaturas que pueblan la película conforman una galería de calculada extravagancia que mantiene, no obstante, el equilibrio necesario para que “El quimérico inquilino” resulte perturbadora sin llegar a ser grotesca, en un espectáculo melancólico, mordaz y terrible que juega peligrosamente con sus excesos sin naufragar en ellos.
Planteada como un ejercicio de estilo, “El quimérico inquilino” es una película arriesgada, un salto mortal denostado en su día y erigido hoy como obra de culto. Siempre inquieto e inclasificable, Roman Polanski cuenta con el beneplácito del juez más severo: el tiempo.