J. Edgar. 2011, Clint Eastwood

Acercamiento a una de las figuras más controvertidas del siglo XX, John Edgar Hoover, director del FBI durante 48 años y moderno Torquemada que ejerció como azote de liberales y progresistas con tanto esmero como dedicación. La habilidad de Clint Eastwood como director consiste en tomar distancia respecto al siniestro personaje y no caer en el ataque ni en la adulación. Esta obviedad resulta poco común en la mayoría de las películas biográficas, ya que muchos cineastas se sienten en la obligación de tomar partido dejándose la equidistancia y el rigor por el camino, para contentar a los admiradores o detractores del protagonista según sus propias intenciones.
Eastwood es capaz de humanizar a un personaje despreciable, mediante rasgos biográficos y elementos dramáticos, sin obviar nunca que su criatura fue partícipe de algunas de las lacras del servicio de inteligencia norteamericano, como la obsesión por la seguridad a costa de la libertad de los ciudadanos, el empleo de la información como arma silenciosa y la manipulación de leyes y normativas con objetivos tácticos. Todo esto se ve reflejado en “J. Edgar”, cuyo guión recurre al anecdotario y a diferentes fuentes, incluida la especulación, en una sobreabundancia de datos que a veces puede desconcertar al espectador ajeno a los acontecimientos. La película condensa una gran cantidad de material narrativo en poco más de dos horas, y para ello se vale de recursos como la voz en off o el montaje en paralelo de distintas secuencias temporales. El hecho de concentrar tantos temas en el mismo metraje hace que muchos de ellos sean referidos tangencialmente, sin posibilidad de desarrollo, convirtiendo a la película en un resumen de los hechos más que en un relato, en una sucesión de grandes titulares. Así, el personaje de Hoover adopta un carácter impresionista, construido de retazos, que logra ampliar la visión del conjunto.
Es una lástima que a medida que pasan los años, Clint Eastwood vaya dejando de lado el estilo clásico y elegante que ha demostrado durante buena parte de su carrera para emplear herramientas que, si bien facilitan el rodaje y agilizan los procesos de filmación, también pueden caer en la vulgaridad por el abuso, como es el uso de la steadycam para dotar de movimiento a casi todos los planos, o la aparatosidad de un montaje que explota las angulaciones y los puntos de vista sin justificación alguna. Estos elementos han terminado por uniformar el cine de Eastwood con el de otras producciones más convencionales, arrebatándole al veterano director su condición de salvaguarda de un estilo del cual era un ilustre representante.
Más allá de la retórica técnica y de posturas ideológicas, “J. Edgar” se sustenta sobre la labor de sus actores, encabezados por Leonardo DiCaprio, que a pesar de la gruesa capa de maquillaje que lleva durante la mitad del film, realiza una interpretación medida y convincente, muy esforzada. Suyo es el mérito de que la película se siga con interés, un proyecto ambicioso que si bien está lejos de ser perfecto, sirve para arrojar luz sobre aspectos de la historia reciente que nunca deberían ser olvidados.