Con
estas credenciales, Curtiz acometió el proyecto de llevar a la pantalla la
monumental novela de Mika Waltari “Sinuhé el egipcio”, siguiendo la estela de
exitosas producciones anteriores de temática histórica como “La túnica sagrada”
o “Quo Vadis”. De esta manera, la Fox trataba de lucir músculo y exhibir el
poderío de un estudio que empezaba a asistir al lento pero inevitable declive
de un sistema hasta entonces infalible. El réquiem llegaría una década después
con otra película ambientada en el antiguo Egipto: “Cleopatra” de Joseph L.
Mankiewicz.
Como
cabe esperar, el diseño de producción de “Sinuhé el egipcio” resulta
apabullante: los decorados, el vestuario, la puesta en escena… todos los
elementos juegan a favor de una historia que contiene material suficiente como
para nutrir varias películas. Este es el motivo por el cual el film, siendo
destacable y todo un paradigma en su género, no consigue alcanzar grandes
resultados. La sobreabundancia de contenido dramático lastra la credibilidad de
una película que cae, por otro lado, en la apología religiosa habitual en este
tipo de producciones. Curtiz debe condensar demasiadas tramas en un guión que
se sustenta sobre los pilares de la reconstrucción histórica, el drama
romántico y la intriga por el poder. El aspecto historicista es el que sale
mejor parado, gracias al amplio presupuesto y al exigente trabajo de
documentación. El romance entre Sinuhé y Nefer, la cortesana de Babilonia,
aparece sin embargo falto de verosimilitud y de desarrollo. Otro tanto sucede
en el último tercio del film, donde el mensaje religioso ahoga las
conspiraciones palaciegas y se prioriza el rigor teológico sobre el argumental.
Un
problema no pequeño es el del actor protagonista, Edmund Purdom. Su ausencia de
carisma y de recursos interpretativos resta profundidad al personaje de
Sinuhé, ensombrecido por compañeros de reparto como Peter Ustinov o Victor
Mature.
Estos
elementos hacen que “Sinuhé el egipcio” no culmine en la gran obra que aspiraba
ser. A pesar de todo, la película se sigue con mucho interés y reporta un
espectáculo intenso, casi extenuante. Es el mejor ejemplo de una época en la
que Hollywood trataba de recuperar al público robado por la televisión, reviviendo grandilocuentes epopeyas del pasado que se proyectaban en pantallas cuyo tamaño crecía proporcionalmente a la magnitud de los argumentos. A grandes rasgos, esos eran
los objetivos de “Sinuhé el egipcio” vistos con perspectiva.