The girlfriend experience. 2009, Steven Soderbergh


Si hay un caso agudo de bipolaridad cinematográfica, ese es sin duda el de Steven Soderbergh. Pocos directores pueden transitar con tanta naturalidad del cine más comercial al de arte y ensayo, por recuperar un término ya en desuso. Tras ganar en 1989 una tempranísima Palma de Oro en Cannes con “Sexo, mentiras y cintas de vídeo”, su carrera ha sido un constante devenir entre los productos perfectamente empaquetados para su fácil digestión (“Magic Mike”, la saga de “Ocean´s eleven”) y los ejercicios de estilo (“Full frontal”, “Bubble”), hasta el punto de que las ganancias de los primeros han servido para cubrir con holgura los costes de los segundos.

Hay quien podría pensar que películas como “El halcón inglés” o “The girlfriend experience” son caprichos de un director que lava así su conciencia de autor inquieto y exigente. O que se trata de bancos de prueba, depuraciones de un estilo que se ve coartado en películas más convencionales. En cualquier caso, Soderbergh ha demostrado ser a lo largo de los años un cineasta tan prolífico en creatividad como parco en prejuicios, capaz de realizar de cuando en cuando pequeñas películas arriesgadas como “The girlfriend experience”.

Rodada en apenas veinte días y con una actriz debutante que proviene del porno, Sasha Grey, “The girlfriend experience” es el enésimo acercamiento del cine al mundo de la prostitución, con la diferencia de que el morbo y la sordidez habituales dejan paso aquí al retrato de lo cotidiano. Bien es verdad que cotidianidad es un término relativo tras la lente de Soderbergh, que poco tiene que ver con el naturalismo. La frialdad del relato y la observación de entomólogo que Soderbergh aplica sobre su  criatura enrarece cada una de las situaciones, generando una suerte de extrañamiento alucinatorio, de ensoñación. Esto provoca que el público siga los pasos de la prostituta de lujo desde la distancia, sin posibilidad de implicarse.

La mirada fragmentada de Soderbergh solapa los rostros y las voces en un mosaico de piezas dispersas, formando un dibujo que sólo al final consigue vislumbrarse en su totalidad. Por eso “The girlfriend experience” es un film de sensaciones más que de acciones, un esbozo impresionista construido de retazos que se van alternando en un estado de hipnosis permanente. Algunos espectadores pueden juzgar semejante collage narrativo como un truco para enmascarar un argumento vacío: se trata precisamente de eso. Soderbergh retrata la vacuidad de una mujer de excepcional belleza, y lo hace revistiendo la asepsia de las imágenes con un montaje elaboradísimo que refuerza el contraste. Las diferentes capas espacio-temporales ejercen como contrapunto a la banalidad del contenido, escamoteando cualquier intento por parte de Soderbergh de repartir consejos y moralinas.

Buñuel, Godard, Ripstein, Demy… larga es la lista de directores que se han valido de la prostitución para exponer su particulares conceptos de la libertad en el amor y de la instrumentalización del sexo. Soderbergh huye de las sentencias otorgando al público autonomía para formar su opinión. Muestra sus cartas encima de la mesa, pero las deja tan desordenadas que debe ser el espectador quien las coloque y tome partido. Por eso se podría considerar “The girlfriend experience” como un artificioso juego capaz de garantizar la diversión en unos casos o la irritación en otros. En estos tiempos de cine masticado y digerido, lo estimulante de la propuesta bien merece interés.