Si hay
un caso agudo de bipolaridad cinematográfica, ese es sin duda el de Steven
Soderbergh. Pocos directores pueden transitar con tanta naturalidad del cine
más comercial al de arte y ensayo, por recuperar un término ya en desuso. Tras
ganar en 1989 una tempranísima Palma de Oro en Cannes con “Sexo, mentiras y
cintas de vídeo”, su carrera ha sido un constante devenir entre los productos
perfectamente empaquetados para su fácil digestión (“Magic Mike”, la saga de
“Ocean´s eleven”) y los ejercicios de estilo (“Full frontal”, “Bubble”), hasta
el punto de que las ganancias de los primeros han servido para cubrir con
holgura los costes de los segundos.
Hay
quien podría pensar que películas como “El halcón inglés” o “The girlfriend
experience” son caprichos de un director que lava así su conciencia de autor
inquieto y exigente. O que se trata de bancos de prueba, depuraciones de un
estilo que se ve coartado en películas más convencionales. En cualquier caso,
Soderbergh ha demostrado ser a lo largo de los años un cineasta tan prolífico
en creatividad como parco en prejuicios, capaz de realizar de cuando en cuando
pequeñas películas arriesgadas como “The girlfriend experience”.
Rodada
en apenas veinte días y con una actriz debutante que proviene del porno, Sasha
Grey, “The girlfriend experience” es el enésimo acercamiento del cine al mundo
de la prostitución, con la diferencia de que el morbo y la sordidez habituales
dejan paso aquí al retrato de lo cotidiano. Bien es verdad que cotidianidad es
un término relativo tras la lente de Soderbergh, que poco tiene que ver con el
naturalismo. La frialdad del relato y la observación de entomólogo que
Soderbergh aplica sobre su criatura
enrarece cada una de las situaciones, generando una suerte de extrañamiento
alucinatorio, de ensoñación. Esto provoca que el público siga los pasos de la
prostituta de lujo desde la distancia, sin posibilidad de implicarse.
La
mirada fragmentada de Soderbergh solapa los rostros y las voces en un mosaico
de piezas dispersas, formando un dibujo que sólo al final consigue vislumbrarse
en su totalidad. Por eso “The girlfriend experience” es un film de sensaciones
más que de acciones, un esbozo impresionista construido de retazos que se van
alternando en un estado de hipnosis permanente. Algunos espectadores pueden
juzgar semejante collage narrativo como un truco para enmascarar un
argumento vacío: se trata precisamente de eso. Soderbergh retrata la vacuidad
de una mujer de excepcional belleza, y lo hace revistiendo la asepsia de las
imágenes con un montaje elaboradísimo que refuerza el contraste. Las diferentes
capas espacio-temporales ejercen como contrapunto a la banalidad del contenido,
escamoteando cualquier intento por parte de Soderbergh de repartir consejos y
moralinas.
Buñuel,
Godard, Ripstein, Demy… larga es la lista de directores que se han valido de la
prostitución para exponer su particulares conceptos de la libertad en el amor y
de la instrumentalización del sexo. Soderbergh huye de las sentencias otorgando
al público autonomía para formar su opinión. Muestra sus cartas encima de la
mesa, pero las deja tan desordenadas que debe ser el espectador quien las
coloque y tome partido. Por eso se podría considerar “The girlfriend
experience” como un artificioso juego capaz de garantizar la diversión en unos
casos o la irritación en otros. En estos tiempos de cine masticado y digerido,
lo estimulante de la propuesta bien merece interés.