Hubo una
época en que películas como “Entusiasmo” eran consideradas armas de acción
política, instrumentos para alentar a las masas. Eran días de vanguardias,
cuando la propaganda y la experimentación servían a un mismo fin. Los líderes
rusos de la Revolución supieron aprovechar mejor que ningún otro régimen las
posibilidades del cine como medio de difusión y adoctrinamiento, reclutando
como voceros de sus consignas a los cineastas de mayor talento: Eisenstein,
Pudovkin, Kuleshov o Vértov.
“Entusiasmo”,
de Dziga Vértov, se inscribe en este movimiento de películas al servicio de
unos ideales políticos, y supone la incorporación del director al recientemente
creado cine sonoro. Siempre ajeno a las convenciones, Vértov hace uso de las
nuevas tecnologías a su peculiar manera. Si hasta entonces había desarrollado los
conceptos teóricos del Cine-Ojo en una serie de películas de marcado carácter
rupturista, ahora haría lo mismo con el sonido en el denominado Radio-Ojo.
Los
ejercicios visuales, el empleo del montaje y la imagen alegórica se ven
redimensionados por una banda sonora que incluye músicas y efectos sonoros, con
el objetivo de crear una sinfonía conceptual en la que identificación y
contraposición, textura y tempo cumplen papeles fundamentales. Esta es
la novedad que contiene “Entusiasmo” respecto a la filmografía previa de
Vértov, los demás elementos permanecen intactos: las imágenes conservan su
cualidad hipnótica, la soflama es bella y poderosa como un hechizo convertido
en celuloide.
Muchos
coetáneos no supieron entender a Vértov, en cierta manera sus películas continúan
siendo insondables. Se le acusó de ser demasiado lírico, de que sus rompedoras
propuestas ahogaban el discurso político. Dziga Vértov fue un iconoclasta
vocacional, un dinamitero que calló rendido por las arengas y las trompetas de
los que un día le auparon al Olimpo para después empujarle al ostracismo. Sus
provocaciones habían perdido interés, por lo que fue relegado a la tarea de
montar informativos, la misma que desempeñó al inicio de su carrera. Como
tantas otras veces, fueron los jóvenes cineastas franceses de la nouvelle
vague los que vendrían a rescatar su legado y a erigirle en lo que es hoy:
un poeta transgresor de la imagen, un documentalista que quiso fabricar la
realidad con pedazos de sueños.