Fue en la década de los noventa cuando
terminó de definirse el modelo de cine independiente que conocemos en la
actualidad. Lo que hasta entonces suponía una curiosidad para cinéfilos o la
respuesta necesaria al gran mercado, adquirió legitimidad al convertirse en
industria. Festivales como el de Sundance habían sacado al cine independiente
del ostracismo, llamando la atención de los grandes estudios que veían
clara la oportunidad de recuperar el prestigio perdido mediante la fórmula de
vestir a Goliat con la ropa de David. De esta manera, Fox, Universal o
Paramount inauguraron sus propios departamentos de cine independiente para dar
salida a esos films que en primera línea hubiesen considerado arriesgados, pero
que bajo sus segundas marcas (Fox Searchlight, Focus Features, Paramount
Vantage) podían reportarles respeto y una aureola de pundonor. Además, claro está,
de ciertos premios que de otra forma se resistían.
Pero volvamos atrás. Al igual que sucedió
con la música, algunos nombres que obtuvieron relevancia como Spike Lee, Jane Campion
o Quentin Tarantino enseguida fueron absorbidos por las majors,
conservando mayor o menormente su integridad como autores. Otros como Hal
Hartley, Abel Ferrara, Tom DiCillo o Alexandre Rockwell vieron cómo se
debilitaba su estrella con el paso de los años, emergiendo esporádicamente en
festivales al margen de las marquesinas y los focos de atención. Fue una
época fértil e inquieta, un revulsivo contra los excesos de la década anterior
que postulaba cierto compromiso de autenticidad sobre la impostura y la
uniformidad predominantes.
Uno de los últimos ejemplos en participar
de esta corriente fue Vincent Gallo, particular actor que debutaba tras la
cámara escribiendo y dirigiendo “Buffalo ´66”. A simple vista, la película
parece seguir a pies juntillas el manual del perfecto cineasta independiente:
hay personajes excéntricos, escenarios urbanos, situaciones que mezclan lo
cotidiano con lo excepcional y un amplio catálogo de estados carenciales. El
revestimiento de una estética cuidadosamente sucia y con ínfulas de marginalidad
completa la fórmula perfecta para facturar una obra destinada al culto del connoisseur.
Pero estas valoraciones superficiales no deben ocultar que “Buffalo ´66” es
mucho más que el capricho de un diletante que busca ser el nuevo Jim Jarmusch. No,
la película tiene garra y está hecha con las tripas. O mejor dicho, con el
corazón.
Gallo recurre a las enseñanzas del decano
del cine independiente, John Cassavetes, aplicando humor sobre la tragedia y
evitando juzgar a sus personajes. Son estos los que tiran del hilo narrativo y
los que sostienen la arquitectura del guión, incidiendo en otro de los lugares
comunes: la relevancia de los personajes sobre el devenir de la ficción. Vincent
Gallo y Christina Ricci realizan unas interpretaciones magníficas, empleando técnicas
opuestas. Gallo es puro nervio, su inquietante presencia alberga todas las
tormentas posibles. Ricci, en cambio, trabaja desde la contención, es el
contrapunto necesario y la armonía del binomio. Juntos dan forma a un amor
imposible que pone a prueba las expectativas del público, y aquí es donde el
Gallo guionista se mide con el director.
La historia parte del secuestro de una
chica por parte de un convicto recién salido de la cárcel, con el objeto de
presentársela a sus padres como la novia que nunca tuvo. En un principio
creemos asistir a las andanzas de un demente, sin embargo, nuestras
perspectivas cambian cuando la chica, los padres y todos los que rodean al
demente demuestran estar en peores facultades que él. Inevitablemente
simpatizamos con el demente, y a partir de ahí, todo cuanto sucede en la
pantalla puede conmovernos. Hay una atención especial por los detalles y los
objetos: la antigua fotografía en la taquilla, las jaulas de las mascotas en
el dormitorio del amigo, el vestuario de los actores, esos zapatos del protagonista…
Bajo su apariencia distante marcada con
fuerza por el sello indie, “Buffalo ´66” esconde la exuberancia
romántica de los malditos, una melancolía congénita. No conviene dejarse
intimidar por sus riesgos estéticos ni por la trama o los diálogos. La opera
prima de Vincent Gallo es un dulce extrañamente envuelto que deja un largo
y buen sabor de boca, un clásico instantáneo dentro del moderno cine
independiente. Y léase moderno en el buen sentido de la palabra.
Atención al fabuloso trailer de la película, con música de Yes:
Atención al fabuloso trailer de la película, con música de Yes: