Los títulos de crédito lo dejan claro: "La silla de Fernando" es una película-conversación, improbable género que define certeramente el espíritu de este hermoso homenaje. Porque aquí de lo que se trata es de rendir tributo a uno de los grandes, Fernando Fernán-Gómez, de la manera más adecuada: a través de la palabra. Sin laureles ni pleitesías, nada más (y nada menos) que el reconocimiento a una vida plena y consecuente, de la boca de su protagonista.
Los directores David Trueba y Luis Alegre no se limitan a desmenuzar una biografía al uso, sino que sitúan la cámara delante de Fernán-Gómez para recoger el verbo fluido y la mirada de quien se sabe al final del camino. Habrá quien piense que es una tarea demasiado fácil: esa misma acusación la sufrió Wim Wenders al filmar a los músicos de "Buena Vista Social Club", o el hermano de David, Fernando Trueba, cuando hizo lo propio en "Calle 54". La enorme figura de Fernán-Gómez admite muchos y variados documentales, pero "La silla de Fernando" tiene el don de la confidencia y la familiaridad. Se nota que hay una camaradería a ambos lados de la cámara, lo que convierte el visionado del film en un placer que se hace corto.
Fernán-Gómez habla del alcohol y las mujeres, de sus padres y de Dios, de todo en general y de nada en particular. Es el gozo de la conversación cultivada como pocos lo han hecho. Dueño de un magisterio inagotable, sus palabras transitan de la reflexión a la anécdota sin caer en la solemnidad ni en el ombliguismo. "La silla de Fernando" es una película sobre la vida, realizada con un presupuesto mínimo y un equipo de amigos y colaboradores (Ariadna Gil, Natalia Verbeke, Elena Anaya) que consiguen la proeza de hacer el documental que todo cinéfilo querría ver y que a nadie se le había ocurrido hacer antes.