Uno de los personajes de “Diamond Flash”
dice en determinado momento: El problema de la gente, en general, es la
necesidad que tiene de comprenderlo todo. Esta parece ser la consigna que
Carlos Vermut hace extensible al público de su película. Por eso conviene
acercarse a ella con la mirada limpia, soltando el lastre acumulado por tantos
y tantos visionados, para tratar de olvidar los parámetros habituales con los
que suele codificarse el cine. De otra manera, la sensación de desconcierto
puede bloquear la percepción del film.
Para empezar, “Diamond Flash” no atiende a
una narrativa convencional. Aquí no importan los hechos, sino sus consecuencias.
Las diferentes historias que plantea el argumento están bien avanzadas cuando
comienza la película, y aunque parezca lo contrario, obedecen a una lógica
interna que el público va desentrañando según avanza el metraje. “Diamond
Flash” son, en realidad, dos películas: una que se ve en la pantalla y otra que
sucede en la cabeza del espectador. Algunas veces ambas películas conviven,
otras no, provocando un estimulante ejercicio de hipnosis.
Con una producción austera que convierte en
virtud la limitación de medios, Vermut es capaz de crear una atmósfera muy
particular, casi ascética. La narración avanza con sosiego a lo largo de
grandes bloques, cada uno con un clímax de la contundencia de una patada en el
estómago. A veces desde el humor y a veces desde la tragedia, siempre desde el
extrañamiento, Vermut plantea situaciones sin principio ni final, hace aparecer
y desaparecer personajes, crea un tiempo raro en cuya quietud se agazapan la pulsión
y la violencia. Todo ello a través de una estructura episódica cuya secreta
ligazón oculta un misterio que se desvelará –sólo en parte- al final.
Hay
mujeres maltratadas, pedófilos, secuestradores, un super-héroe.
Semejante fauna encuentra acomodo en los diálogos de Vermut, que insiste en
tratar lo excepcional desde lo cotidiano. Apenas sabemos nada de estas extrañas
criaturas, y quizás por eso no podemos
dejar de escucharlas. Porque “Diamond Flash” es una película de actores, un
retrato coral de la desesperación magníficamente interpretado. Son rostros
desconocidos con el talento suficiente como para hacer creíbles las
motivaciones y los fracturas de sus personajes.
Vermut aplaca los excesos del guión
mediante un estilo frío y distante que más que contener el melodrama, lo hace
soportable. “Diamond Flash” fuerza sus propias expectativas y adentra al
espectador por terrenos inexplorados. Se pueden reconocer ecos de Lynch, Kim Ki-duk,
Haneke, del cómic y del teatro, pero Vermut demuestra poseer una personalidad
que imprime en cada fotograma, un sello basado en el salto mortal sin red
debajo. No se trata, desde luego, de una película para todos los públicos.
Satisfará a un grupúsculo de irredentos que va a encontrar en esta película,
por fin, sus plegarias atendidas. El cine español, tan poco dado a las
transgresiones, tiene así su nueva obra de culto. El debut de un director
llamado a sacudir el polvo de todas las convenciones. Bienvenido sea.
A continuación, el cortometraje “Don Pepe
Popi”, que Carlos Vermut rodó en 2012 con el dúo cómico Venga Monjas. Humor
amargo y situaciones llevadas al límite, en una pequeña pieza donde se
concentra el particular universo de su autor. Que lo disfruten: