Drive. 2011, Nicolas Winding Refn

Siempre resulta curioso comprobar en qué grado puede transformarse un director cuando hace cine fuera de sus fronteras, qué conserva y qué abandona en su equipaje. O cómo influye el nuevo escenario en su puesta en escena, y de qué manera trabaja con actores de otras nacionalidades, con otros idiomas. La historia del cine está repleta de nombres que mudaron sus cámaras hacia otras tierras. Uno de los últimos ejemplos es el cineasta danés Nicolas Winding Refn, que reinterpreta el sueño americano y lo convierte en pesadilla con "Drive", una prolongación de sus obsesiones cargada de referentes propios y ajenos.
Winding Refn traslada a los Estados Unidos su maleta de violencia y desasosiego, sin que el tránsito resulte extraño. ¿Cómo podría serlo, en el país de las armas de fuego, la pena de muerte y la agresividad como espectáculo? El viaje de Winding Refn es tan natural como enriquecedor. Al fin y al cabo, "Drive" mantiene las claves del género negro tradicional, participando de las mismas sombras y los mismos conflictos que han nutrido multitud de argumentos desde el cine clásico hasta hoy. Melville, Tarantino, Fuller,  Cronemberg o Kitano son los cimientos sobre los que Winding Refn levanta un estilo genuino y muy personal, en el que las alusiones a otros cineastas quedan diluidas por su fuerte temperamento tras la cámara.
La principal baza que maneja Winding Refn en "Drive" es la del tiempo. Un tiempo que se ralentiza y se dilata, que se adelanta y se atrasa enrareciendo la narración y dotándola de una atmósfera inquietante, perfectamente acorde con el carácter del personaje protagonista. Ryan Gosling interpreta a un conductor profesional que realiza todo tipo de encargos, unos legales y otros no, hasta que tropieza con una mujer que introduce la luz en su vida de tinieblas. Surge así la posibilidad de redención, no sin antes salvar los consabidos obstáculos que vendrán a complicar las cosas. Hasta aquí la trama entra dentro de lo normal, el espectador ya la conoce de otras veces. ¿Qué hace pues, de especial, a "Drive"? Aparte de la ya mencionada concepción del tiempo, está la violencia contenida sólo en parte que flota sobre cada una de las escenas, el anuncio de que algo terrible está por suceder. Las premoniciones que anticipa el guión se van concretando hasta desembocar en un tercer acto que es un volcán en erupción. Sólo el lirismo de Winding Refn es capaz de atenuar los estragos que se ven en la pantalla y de hacerlos digeribles: la muerte en la playa, la navaja que es cuidadosamente guardada después del asesinato, la persecución de coches, son mucho más que golpes de efecto o detalles de situación. Winding Refn construye la historia a partir de cosas que vemos y de cosas que debemos imaginar. El paradigma es la indumentaria del héroe fatalista, la cazadora que luce Gosling en determinadas escenas del film. El emblema del escorpión es un símbolo bastante evidente de la naturaleza que el personaje no puede abandonar. Como dice el cuento: él es así.
De alguna manera, "Drive" supone una experiencia reveladora para el espectador dispuesto a participar en el juego brutal y lúcido que propone Winding Refn. Su realización es elegante y sobria, consigue transmitir una serenidad que nunca es estática. La cámara, siempre en movimiento, recrea la misma sensación alucinada de otro conductor legendario, el de "Taxi Driver". Estas impresiones se ven reforzadas por el montaje y por la labor de los actores, plenamente identificados con sus personajes. Gosling está rodeado de un brillante plantel de secundarios, todos ellos magníficos, y por Carey Mulligan, que vuelve a demostrar ser un prodigio de naturalidad y talento.
Los elementos técnicos y artísticos contribuyen a multiplicar la contundencia de una de las películas más estimulantes de los últimos tiempos, constatando el hecho de que algunos directores no merman sus facultades fuera de su territorio, sino que pueden potenciarlas, alterarlas, redimensionarlas. En definitiva, de darles nuevos aires.