La esclava libre. "Band of angels" 1957, Raoul Walsh

Los grandes estudios no permanecieron ajenos al Movimiento por las Libertades Civiles que empezaba a bullir en los Estados Unidos en la década de los cincuenta. Producciones tan diferentes como "Fugitivos" de Kramer, "Imitación a la vida" de Sirk o "La esclava libre" de Walsh trasladaban a la pantalla temas hasta entonces comprometidos como el de las desigualdades raciales. Más que buscar el oportunismo, se trataba de enmendar un error de omisión, un ajuste de cuentas con el pasado más reciente.
"La esclava libre" despliega el poderío de Warner Bros. justo antes del declive del sistema de estudios, todavía hegemónico, en esta producción fastuosa que cuenta con las coloridas imágenes de Lucien Ballard y la partitura siempre inspirada de Max Steiner. Sentado en la silla de director, Raoul Walsh ejercía su magisterio en la última etapa de su larga y rica carrera. El veterano cineasta supo imprimir el clasicismo que precisaba la narración, prolija en situaciones y en decorados, a base de recortar la novela de Robert Penn Warren que adaptaba. Esta necesidad de síntesis afecta al desarrollo del guión, provocando cierta precipitación en los acontecimientos y una funcionalidad demasiado evidente de los personajes.
Yvonne De Carlo interpreta a una niña rica que vive en una plantación. De la noche a la mañana, se convierte en esclava al desvelarse el secreto de su pasado. Los paisajes sureños de los Estados Unidos y las circunstancias históricas de la Guerra Civil impregnan el relato de épica y romanticismo, algo a lo que sin duda contribuye la arrolladora belleza de De Carlo. Es una lástima que sus recursos como actriz no igualen a los de su fotogenia, descargando el peso interpretativo en su compañero Clark Gable. El actor devora al resto del reparto y reafirma su condición de estrella: Gable impone su carisma y, en buena medida, rescata a la película de la medianía a la que parecía abocarse. Porque "La esclava libre" podía haberse quedado en un mero folletín, en un melodrama anacrónico. La elegancia de Walsh en la puesta en escena y el cuidado diseño de producción elevan el conjunto, convirtiendo la película en una añeja ilustración que se ve con agrado y que proporciona el regusto melancólico de pertenecer a una época que ni siquiera era su propia época. Ya entonces Raoul Walsh era un cineasta de otro tiempo, casi de otra dimensión.