Super 8. 2011, J.J. Abrams

Lo malo de los homenajes es que suelen llegar, por lo general, demasiado tarde. Así que lo mejor es otorgárselos uno mismo. La productora Amblin rinde tributo a su propia trayectoria y al cineasta que fundó la compañía, Steven Spielberg... quien a su vez ejerce de anfitrión. Lo que podría parecer un ejercicio de autobombo es, en realidad, una pieza más del engranaje que mueve la operación nostalgia de los últimos tiempos, esa que afecta por igual a la moda, la música y el cine.
Super 8 es un producto diseñado para atraer a las taquillas al público nacido en los años setenta, quienes reconocerán entusiasmados las referencias a la obra de Spielberg como director (Encuentros en la tercera fase, E.T.) y como productor (Gremlins, Los Goonies). Lo que depara Super 8 es la recreación de unas sensaciones asociadas a la infancia, el asalto infalible a la emoción. Para ello se ha contado con un alumno aplicado que, al igual que Spielberg, adquirió relevancia en la pequeña pantalla: J.J. Abrams. Nadie más adecuado. Queda comprobada su capacidad para asimilar materiales ajenos y su idolatría militante al servicio de rentables franquicias (Misión Imposible, Star Trek, Star Wars), lo que le convierte en el director idóneo para perpetuar el legado de su mentor. Abrams carece del ingenio del primer Spielberg, no alcanza sus hallazgos visuales ni su pulsión narrativa, pero se revela como un discípulo atento y concienzudo.
La película supone un magnífico divertimento: el guión fluye con ritmo, cuenta con un esmerado diseño de producción y con un reparto acertado de nombres en su mayoría desconocidos. Super 8 conserva la misma atmósfera que sus antecesoras tanto en la forma como en el contenido, sólo cabe lamentar cierta herencia televisiva del director a la hora de establecer la relación entre los personajes, con una abundancia de planos medios y de primeros planos. Por lo demás, el film consigue lo que pretende: 105 minutos de entretenido espectáculo y una apelación a la nostalgia que ablandará el corazón de los espectadores que rebasen la treintena.