El último concierto. "A late quartet" 2012, Yaron Zilberman

A la hora de valorar una película conviene no dejarse arrastrar por las buenas intenciones. El último concierto contiene ideas importantes como la amistad, el compromiso, el paso del tiempo y la experiencia del arte. Sin embargo, después de un inicio prometedor la película se va descosiendo a fuerza de no encontrar el tono adecuado. Da la sensación de que Yaron Zilberman ha querido comprimir demasiado material en su primer film como director, un error común entre los que tienen prisa por demostrar su talento. Y Zilberman lo tiene: es elegante en la forma, sensible en el contenido y pulcro con el conjunto. Pero estas cualidades no bastan. Hace falta también cierta chispa, ingenio, frescura... un poco de riesgo, que insufle vida en las depuradas imágenes del film.
La paradoja es que éste es precisamente uno de los aspectos que reivindica El último concierto: la pasión como motor creativo y la fuerza de la inspiración. La película narra la relación entre los músicos que integran un veterano cuarteto de cuerda. Su trayectoria está jalonada de éxitos, aunque sus vínculos personales se resquebrajan en el momento en el que uno de ellos anuncia su retirada. Este sugestivo punto de partida se ve sobrepasado por las ambiciones narrativas del director, que incluye en la trama un adulterio, una enfermedad degenerativa, la rivalidad por el liderazgo y evocaciones a Edipo, Pigmalión y Platón, entre otros. Demasiada pólvora para quemar en una producción modesta de apenas cien minutos. El resultado es una película emotiva que ofrece menos de lo que promete y a la que le falta credibilidad. Zilberman podría haber definido mejor el carácter del conjunto, aligerando el drama y potenciando la comedia que asoma con timidez en algunas escenas. No se trata de restarle seriedad al argumento, sino de permitir que respire con mayor libertad. Y es que El último concierto parece encorsetada por la prudencia y el temor a dar un mal paso.
Como suele suceder en las películas de personajes, los actores terminan por socorrer las carencias del film. Philip Seymour Hoffman, Catherine Keener, Mark Ivanir y Christopher Walken interpretan con convicción a los músicos protagonistas, a pesar del esquematismo de los personajes. El que sale peor parado es el que encarna Imogen Poots, joven actriz que apenas puede justificar la presencia demasiado ortopédica de su personaje en el guión. Aún así, el trabajo de los cuatro veteranos permite que la película se siga con interés y provoque las mayores satisfacciones.
Las imágenes de El último concierto están iluminadas con belleza por Frederick Elmes, quien logra capturar en la pantalla el invierno de Nueva York. El director de fotografía retrata con delicadeza los escenarios interiores y exteriores, estableciendo un diálogo visual entre el realismo urbano y el drama de sentimientos. Una atractiva envoltura para un contenido a veces deslavazado. En definitiva, la opera prima de Yaron Zilberman es el anuncio de un cineasta cuya voz está todavía por definir, capaz de reportar una sensación agradable aunque se le note en exceso su voluntad de agradar. Y esto, como sucede con las personas, no siempre es bueno.