Que el cielo la juzgue. "Leave her to heaven" 1945, John M. Stahl

Después de haber fijado para la posteridad los rasgos de Laura, la actriz Gene Tierney vuelve a encarnar a otro de los personajes fundamentales del género negro en Que el cielo la juzgue. La película no pretende con ello perpetuar ningún estereotipo, ya que no se trata de cine negro al uso. Más bien añade nuevas y emocionantes posibilidades a un género que a mediados de los años cuarenta se encontraba ya plenamente desarrollado. Por aquel entonces, el productor Darryl F. Zanuck sabía que solo un director ajeno al medio podía romper los cánones establecidos para ofrecer una obra diferente, tarea que recayó en el especialista en dramas estilizados John M. Stahl. El resultado fue una película cruel y bella, perturbadora y poética. Cine negro en glorioso technicolor.
Que el cielo la juzgue es una obra de difícil catalogación. Participa del drama psicológico tan en boga durante los años cuarenta, pero también del film noir y de la vertiente romántica del cine de suspense. Stahl es capaz de conjugar distintos ingredientes para crear una obra intensa y compacta, una película que no se parece a ninguna otra, pero que imprimirá su huella en cineastas como Douglas Sirk, Jean Negulesco o Nicholas Ray. El guión adapta la novela homónima de Ben Ames Williams en la que se relata la obsesión enfermiza de una mujer por su reciente marido, una historia gobernada por los celos y el desequilibrio emocional. La belleza extrema de Tierney oculta un pozo de maldad en el que se van sumergiendo cuantos personajes hay a su alrededor, todo narrado con un dominio perfecto del tempo cinematográfico, capaz de dosificar la tensión interna del relato y manipular las emociones del espectador sin que éste se sienta contrariado.
John M. Stahl realiza un contundente trabajo de planificación y puesta en escena, que ensalza las cualidades de la producción respecto a los decorados, el vestuario, la ambientación... Pero sobre todo, hay un aspecto que cobra especial relevancia y que construye la fascinación estética que proporciona el film, y es la fotografía de Leon Shamroy. Al contrario de lo que solía ser habitual en la época, Que el cielo la juzgue prescinde del blanco y negro, la iluminación tenebrista y los paisajes urbanos. La naturaleza se revela aquí como un escenario propicio para el crimen, donde el asesinato sucede a plena luz del día y en medio de un entorno asociado tradicionalmente al esplendor y la serenidad. La dicotomía entre lo bello y lo terrible, representada tanto en el personaje de Tierney como en los espacios en los que sucede la acción, distingue a la película de otras del mismo género.
En suma, Que el cielo la juzgue se revela como un sofisticado ejercicio de estilo en el que John M. Stahl trabaja la pantalla a modo de lienzo. La composición de las imágenes es siempre precisa, las pinceladas finas y coloristas, la luz exuberante. El autor superpone multitud de capas y sitúa siempre en el centro, brillando sobre el conjunto, la presencia magnética y turbadora de Gene Tierney. Parece mentira que una obra tan acabada y perfecta pueda albergar tanto misterio.