Lady Macbeth. 2016, William Oldroyd

Tras haber desarrollado su profesión en los escenarios del teatro y la ópera, William Oldroyd se introduce en el cine con el bagaje adquirido de la dramaturgia: el trabajo con los actores, la disposición del espacio mediante la puesta en escena y el fluir del tiempo narrativo. Tres factores que difieren de una disciplina a otra y que provocan el tropiezo de algunos autores que emprenden el mismo camino. Sin embargo, Oldroyd sabe encontrar el punto intermedio donde ambos extremos, el cine y el teatro, se reconocen y salen reforzados.
Probablemente, este acierto se debe a que Lady Macbeth no tiene un origen teatral sino literario, el cuento que Nikolái Leskov escribió en 1865 inspirado por el personaje de Shakespeare. En dicho relato, el monarca cambia de género y de época para convertirse en una joven esposa en la Inglaterra victoriana, que acaba de ser adquirida como propiedad de un marido ausente y un suegro despótico. El maltrato que ambos infringen a la chica hará que ella se rebele por conservar su identidad y autonomía personal, hasta el punto de convertirse en una asesina fría y despiadada. Así, lo que en principio parece un alegato feminista, poco a poco se va transformando en un retrato sobre la ambición que se devora a sí misma, una historia turbulenta de refinada crueldad. Llama la atención que el guión, conciso y austero en cuanto a recursos dramáticos, suponga el primer trabajo de la dramaturga Alice Birch, quien elabora un depurado ejercicio de síntesis narrativa que afecta al contenido y a la forma del film.
El hecho de contar con pocos personajes en escenarios limitados no resta impacto a la tragedia que cuenta Lady Macbeth, al contrario, cada detalle cobra importancia dentro del conjunto y adopta la medida adecuada para hacer avanzar la acción sin caer en la banalidad ni en distracciones. Y eso que el relato se prestaba a ello, ya que un director con menos destreza se hubiese regodeado en las escenas de sexo y violencia. Oldroyd sabe dónde está la esencia de Lady Macbeth y hurta al espectador las imágenes más viscerales (el erotismo es breve y se resuelve por medio de elipsis, y los asesinatos se acometen fuera del ángulo de la cámara), para que en ningún momento el público pierda la perspectiva de lo que está viendo, la historia de una mujer que lucha por liberar sus pasiones por encima de la razón.
Esta es la gran virtud de la película: revelar las pulsiones del ser humano con calma y frialdad, un contraste que se refleja en las imágenes iluminadas por Ari Wegner. El director de fotografía se basa en referencias pictóricas (sobre todo en la obra de Vilhelm Hammershøi), con una delicada paleta de colores y un prodigioso sentido del encuadre dictado por Oldroyd. Las composiciones geométricas y la situación de los elementos en el plano otorgan a Lady Macbeth un estilo visual que, de nuevo, remarca la dicotomía entre la serenidad exterior y la tormenta interna que azota a los personajes.
Una sensación que se hace carne en la figura de Florence Pugh, la actriz protagonista. Sin duda la elección perfecta para dar vida a este personaje complejo y lleno de trampas, que ella sortea con pasmosa naturalidad. Su recreación de Lady Macbeth, así como el resto del elenco, dotan de humanidad a una película redonda, sin aristas, capaz de remover los instintos del espectador sin recurrir a artificios ni trucos fáciles. Una agradable sorpresa que coloca el nombre de William Oldroyd en la lista de los directores a tener en cuenta.