ALCARRÀS. 2022, Carla Simón

Aunque la autobiografía sea un género relacionado con la literatura, también hay cineastas que toman episodios de su experiencia vital para reinterpretarlos en la pantalla. Carla Simón ya lo hizo en su primera película, Verano 1993, y vuelve a hacerlo un lustro después en Alcarràs, en la cual rememora sus veranos de juventud en el campo de cultivo familiar de la localidad leridana. El guion que ella misma escribe junto a Arnau Vilaró adopta la forma de una ficción naturalista puesta en imágenes con actores no profesionales y en escenarios fieles a la realidad, ya que el motor que mueve el proyecto es el verismo.

La directora logra que todo lo que sucede en el film resulte creíble, no solo por el uso de las herramientas cinematográficas (la fotografía, el sonido, las interpretaciones) sino también por el tempo con el que transcurre la narración, a veces elíptico y fugaz, a veces repetitivo y moroso: tal y como sucede en la vida. Simón domina la atmósfera y el espacio donde los personajes se mueven de manera orgánica en emplazamientos exteriores e interiores, algo que afecta al flujo de las secuencias y al tamaño de los planos. Alcarràs es una película coral, por lo que Simón debe decidir en todo momento cuál es el punto de vista adecuado y el encuadre que define las acciones según quien las percibe: el padre, la madre, los hijos, el abuelo... así, el espectador se convierte en testigo y en un miembro más de esta familia dedicada a la labranza del melocotón, que de pronto tiene que enfrentarse a la última cosecha.

Se trata, por tanto, de un film que contiene además valores etnográficos, ya que la tierra y las costumbres están muy presentes en la trama, sumado al reflejo de un fenómeno contemporáneo como es la instalación de placas solares en el medio rural. Todo ello sin emplear los recursos del documental, como suelen hacer otras producciones del estilo. Simón utiliza el lenguaje de la ficción para universalizar el drama de los protagonistas, perfectamente encarnados por personas que se ponen por primera vez delante de una cámara.

La directora de fotografía Daniela Cajías atrapa la luz canicular y deja impreso en los fotogramas el carácter mediterráneo que envuelve la historia, sin efectismos ni concesiones estéticas. Hay una belleza en Alcarràs que nunca es forzada y que concuerda con el conjunto del film, poniendo atención en los detalles y transmitiendo sensaciones ambiguas y complejas que se entienden gracias a la claridad de la mirada de Carla Simón. La directora catalana vuelve a dar una lección de sutileza, omite las obviedades y logra eso tan difícil que es convertir lo particular en general y lo íntimo en emociones reconocibles. Quien no haya estado jamás en Alcarràs, sentirá que lo ha estado de algún modo después de ver la película.