EL DIABLO ENTRE LAS PIERNAS. 2019, Arturo Ripstein

Podría parecer una ironía que El diablo entre las piernas, la última película de Arturo Ripstein, comience al ritmo de Falling in love again. Una antigua canción inmortalizada por Marlene Dietrich que habla de los amores reverdecidos y las atracciones físicas que no caducan con los años. Sin embargo, la película muestra a una pareja madura que vive en tensión constante, con maltrato psicológico y verbal ejercido por él, personaje sin nombre. Ella, en cambio, se llama Beatriz. Esta diferencia marca el posicionamiento de Ripstein y de la guionista Paz Alicia Garciadiego respecto a los protagonistas, sin llegar nunca a las obviedades en las que suelen incurrir los dramas de matrimonios agrietados. Nada es fácil en esta película: ambos se quieren a su manera, ambos intercambian los papeles de víctima y verdugo con ellos mismos y con otras dos mujeres que intervienen en la narración, ambos se buscan por caminos equivocados.

Después de seis décadas, el director mexicano sigue fiel a su universo abigarrado y oscuro, lejos del romanticismo convencional. Incluso se diría que cada vez más, puesto que sus últimos tres títulos están fotografiados en blanco y negro por Alejandro Cantú. Las imágenes de El diablo entre las piernas inciden en el carácter turbulento de los personajes y en la densidad de la historia, que transcurre en mayor parte en un desvencijado caserón, tal y como es habitual en el cine de Ripstein. Su gusto por los espacios cerrados y los microcosmos hace que la película adopte al inicio cierto aire teatral que poco a poco se va disipando gracias a los movimientos de cámara, con largos planos secuencia que siguen los movimientos de los actores, y a un sentido de la elipsis que envuelve al espectador en un tiempo incesante pero angosto. La atmósfera que respira el film es tan esencial como la propia historia, no se entiende la una sin la otra. El decorado, el vestuario, la disposición de cada elemento en el encuadre... todo remarca el ambiente opresivo y simbólico en el que habitan los personajes. Valga como ejemplo la pista de baile donde Beatriz acude a escondidas a practicar el tango: del techo cuelgan tiras plateadas que pretenden adornar pero, en realidad, lo que consiguen es ocultar acciones detrás de una cortina brillante en la que ella busca recuperar su feminidad. Estos y otros detalles escriben el subtexto de la trama y contribuyen a crear la sensación de ocultación y de incertidumbre que define el conjunto, con un desenlace que remite a Buñuel, antiguo mentor de Ripstein.

Además de los aciertos técnicos y del lenguaje cinematográfico pleno de expresividad que domina el director, hay que remarcar la importancia de los actores. Sylvia Pasquel y Alejandro Suárez hacen suyos dos papeles exigentes y complejos, que ambos resuelven con entrega. Un compromiso compartido por Greta Cervantes, Daniel Giménez Cacho y Patricia Reyes Spíndola, quienes ya habían trabajado con anterioridad para Ripstein, en especial la última. Un elenco perfecto capaz de decir con verdad los diálogos de Garciadiego, que sobre el papel son muy poco naturalistas... el lirismo tremebundo de las conversaciones entre los personajes obliga a los intérpretes a redoblar los esfuerzos para que cada palabra y cada inflexión de la voz suene verdadera, algo que alcanzan con mucho oficio. Sobre ellos reposa finalmente el peso de El diablo entre las piernas, una de las películas más rotundas y demoledoras de la última etapa de Arturo Ripstein.