La concordancia que se establece entre el lenguaje visual y el relato íntimo define la película, a la manera de Nuria Giménez Lorang en My Mexican Bretzel, con la diferencia de que todo lo que se cuenta en Los años de Super 8 es real. Al igual que sucede en sus libros, el material creativo que emplea Annie Ernaux es su propia biografía, fragmentos de sus diarios y recuerdos que adoptan un nuevo significado al materializarse en fotogramas restaurados para la ocasión. Es un discurso personal que también es político, porque expone la condición de muchas mujeres de aquella época relegadas a la función de cuidadoras y organizadoras del hogar. La cámara de Super 8 que el matrimonio adquiere recién iniciada la treintena (y que él siempre maneja) fija una mirada que ahora, cuatro décadas después, cambia de ojos: del hombre que registra la realidad a la mujer que la desvela.
Esta interpretación de los hechos no es solo discursiva, también es fílmica, por medio del montaje. Tanto la selección de los planos como su coherencia narrativa dotan de identidad a la película y expanden el universo interior de Annie Ernaux al terreno del cine, en este documental de emotividad contenida que resulta directo, sereno y lúcido. Cualidades que están presentes en la obra de la escritora francesa y que encuentran un espacio nuevo en la pantalla.