MY MEXICAN BRETZEL. 2019, Nuria Giménez Lorang

Hay todo un género de películas que se apropian de material ajeno para resignificarlo y dotarlo de un nuevo sentido, bajo la técnica del found footage o metraje encontrado. Desde la experimentación meta-cinematográfica de los cortometrajes de Peter Tscherkassky hasta la parodia de Woody Allen en What's up, Tiger Lily?, se trata de un formato que admite múltiples variaciones. Pero existen pocos títulos tan estimulantes como My mexican bretzel, primer largometraje escrito, dirigido y montado por Nuria Giménez Lorang. Una película que aprovecha las numerosas bobinas encontradas por la cineasta en casa de su abuelo, filmaciones de aficionado que registran a lo largo de dos décadas imágenes junto a su esposa en distintas partes del mundo.

Sin embargo, Giménez Lorang no pretende contar una historia familiar sino que inventa, a partir de situaciones cotidianas rodadas entre los años 40 y 60, una ficción que involucra a una mujer con los rasgos de su abuela. Se trata de Vivian Barrett, un personaje que bien podría protagonizar uno de los dramas de Douglas Sirk: perteneciente a la clase alta y con un marido carismático, ambos recorren el planeta mientras su relación se va deteriorando con el tiempo. My mexican bretzel está narrada desde su punto de vista, con subtítulos que describen situaciones y exteriorizan los pensamientos que remueven su conciencia. La directora es capaz de perfilar a una heroína clásica a través de gestos y actitudes que no son simuladas, porque provienen de una realidad transformada en el montaje.

Así, la película ofrece una reflexión en torno al cine y al propio acto de filmar que establece un vínculo muy emocionante entre las imágenes y las palabras. My mexican bretzel es a la vez un ensayo audiovisual, un poema intimista y la revisión de un melodrama estilizado, todo comprimido en apenas setenta minutos de auténtico cine que comienza con una cita de atribución falsa: "La mentira es solo otra forma de contar la verdad". Esta es la idea que guía el film. Un juego de verdades y simulaciones en el que la percepción de los acontecimientos está condicionada por el estado anímico de la protagonista.

Este castillo de naipes se sostiene gracias a un exigente trabajo narrativo y a una técnica depurada. En My mexican bretzel, los dos apartados convergen por medio de un lenguaje que alude por igual al sentimiento y a la razón, además de correr ciertos riesgos: al contrario de lo que suele ser habitual, muchas escenas suceden en silencio, lo cual no implica carencia de sonido, al contrario. El silencio favorece la interpretación de lo que muestra la pantalla, es parte esencial de la banda sonora. De manera selectiva aparecen músicas y efectos de sonido que funcionan como contrapunto al silencio y que alcanzan un sentido preciso dentro del montaje. Así, la directora genera un espacio que el espectador habita y en el que trasciende su condición de voyeur para convertirse en co-creador del relato.

En suma, My mexican bretzel es un apasionante ejercicio de cine con una gran belleza estética y una capacidad de fascinación que la sitúan entre las operas primas más deslumbrantes del reciente cine español. Una película tan sencilla que resulta compleja, y tan lúcida que está llena de misterio. Un tesoro que merece preservarse.