POLA X. 1999, Leos Carax

Detrás de algunas películas hay historias tan apasionantes como las que se cuentan en la pantalla. Suele suceder con esos directores con dificultades para distinguir el cine de la vida, autores de carácter como Leos Carax, el enfant terrible que en 1991 termina extenuado tras el rodaje de Los amantes del Pont-Neuf. Un gran film que le proporciona reconocimiento a cambio de un sinfín de problemas, lo cual le lleva a iniciar una particular travesía por el desierto que se prolonga durante casi una década en la que se aleja de sus colaboradores habituales. Se abre un nuevo periodo en su cinematografía, condicionado por la búsqueda de productores que quieran trabajar con él sabiendo las dificultades que esto conlleva. Y es que las películas de Carax no se pueden definir claramente en un guion, crecen y evolucionan igual que un ser vivo, están sujetas al momento y al estado en las que se son creadas. Demasiados riesgos que pocos están dispuestos a financiar. El director francés necesita dar una vuelta de timón a su carrera y realiza su primera adaptación cinematográfica de una novela, Pierre o las ambigüedades, un texto de Herman Melville que le había fascinado en su juventud. No es de extrañar, viendo los paralelismos entre Carax y el personaje protagonista.

El título Pola X se refiere a las siglas del original literario (Pierre ou les ambiguïtés) y a la versión de guion que se empleó en la filmación, nada menos que la décima. En ella se cuenta la historia de un escritor de clase alta cuyo destino parece predestinado a un matrimonio inminente y a una vida llena de comodidades. Sin embargo, hay una pulsión en su interior que le empuja a ir más allá. Esto sucede cuando aparece una extraña joven con un oscuro pasado que asegura ser su hermana, el detonante que hará que ambos se embarquen en una espiral de degradación y locura con una fuerte influencia del romanticismo europeo trasladado al presente. Las similitudes entre Pierre y Carax parecen evidentes: ambos anhelan un cambio que estimule su creatividad, con una relación difícil con las personas de su entorno, y están dispuestos a entregarse en sacrificio por alcanzar la pureza en sus obras. En una escena de la película, el personaje de la editora le espeta a Pierre: "Sueñas con escribir una obra madura, pero tu encanto reside en la total inmadurez. Sueñas con prender fuego Dios sabe a qué, con elevarte por encima de los tiempos como una nube deslumbrante, dejando a todo el mundo aterrorizado y admirado. ¡Pero tú no naciste para ello! ni siquiera te lo crees tú mismo". ¿Está Carax haciendo examen de conciencia con estas palabras? Es fácil pensar que sí, sobre todo teniendo en cuenta que además se casaría con la actriz que interpreta al personaje que provoca la transformación de Pierre.

La primera sensación que proporciona Pola X es la del desconcierto. Una vez más, Carax fuerza los límites del relato y acude al simbolismo como modo de expresión. La historia divaga, se recrea en sí misma, corre riesgos que están a punto de conducirla al desastre. Sin embargo, en estas imperfecciones y en su espíritu errático es donde se esconde su fascinación. Carax rehúye del naturalismo e imposta cada elemento del film, en un anacronismo deliberado que precisa la voluntad del público. Esta no es una película para todo el mundo, de hecho, fue recibida con rechazo por muchos de los que antes habían aplaudido al director. Los motivos son evidentes: incumpliendo las expectativas, Leos Carax ofreció algo distinto a lo que se esperaba de él y decidió representar su propio descenso a los infiernos en forma de cuento cruel.

Así debe ser vista Pola X, como una fábula retorcida y oscura en el que Guillaume Depardieu interpreta al héroe trágico que reniega de su estirpe, Catherine Deneuve es la madrastra que no admite perder su influjo, y Yekaterina Golubeva es el amor puro que debe preservarse. Hay más actores, todos ellos al borde del exceso, tal y como corresponde a una película que se sitúa siempre al filo y que guarda una lectura subterránea. Se trata de una tensión sexual que une a los personajes, sean o no familia, y que genera instantes de turbiedad (los más endebles pertenecen al personaje del primo, demasiado desdibujado). Los movimientos de cámara y la puesta en escena refuerzan el manierismo del conjunto, un ejercicio desbocado de cine con el que Leos Carax trata de reinventarse aplicando el pensamiento de Pierre, cuando dice: "Es mejor aceptar los pequeños misterios de la vida". Esta es la pista que se debe seguir para adentrarse en Pola X, una propuesta kamikaze ante la que es imposible permanecer indiferente.