La película tiene un punto de partida que podría haber firmado Buñuel en los años cincuenta: la celebración de una gran boda en una casa repleta de invitados de la clase alta, mientras en el resto de la ciudad las masas desfavorecidas toman las calles provocando un estallido violento. Llega el momento en el que estos dos mundos separados colisionan, cambiando el rumbo del sistema establecido y la imposición del nuevo orden al que alude el título.
El gran acierto del director y guionista Michel Franco es no distinguir a los personajes entre buenos y malos, ya que en ambos bandos existen cotas de humanidad y de horror. La posición del espectador va cambiando a lo largo del desarrollo según se intercala el punto de vista, sin que la película ofrezca un juicio de valor a la totalidad. Todos son culpables en sus actitudes y apenas hay personajes inocentes, si acaso, la novia de la boda accidentada y el empleado que la refugia en su casa, en una relación de personajes-espejo que aporta algo de consuelo en la trama. Así, Nuevo orden adquiere la función de la advertencia. Franco interpela desde la pantalla: esto es lo que podría suceder si no se cambian las cosas pronto, la situación es insostenible. Se trata, por lo tanto, de una distopía aplicada al presente que denuncia las desigualdades sociales y la brecha que divide a la población indígena respecto a la mestiza. Teniendo en cuenta que el racismo en México es un tema tabú difícil de tratar, hay que agradecer que películas como Roma o este Nuevo orden se atrevan a participar en el debate sin cortapisas. Michel Franco lo hace, además, de una manera cruda e impactante, con afán de provocación.
Para ello, el director emplea un estilo dinámico y eficaz, que transmite emoción sin recurrir a trucos fáciles. La planificación de Nuevo orden y la puesta en escena juegan en favor de la historia, con pulcritud técnica y resolviendo la dificultad de no perderse en la multitud de personajes. Todos ellos bien interpretados por un reparto ecléctico que expresa naturalidad en un film que se mantiene siempre al borde del exceso. No es una película fácil de ver, en ocasiones resulta hiriente. Michel Franco sabe que el material que maneja es explosivo, pero la conmoción sin reflexión no sirve de nada. Por eso la moraleja de Nuevo orden resulta demoledora: todos somos culpables del desastre que se avecina, el momento de revertirlo es ahora.