La brecha política se suma a la generacional y a las tensiones de una familia descompuesta, ingredientes para cocinar un drama claustrofóbico, tal vez en exceso. No es que el argumento no requiera gravedad, sin embargo, el tono constante de tragedia y la ausencia de detalles cotidianos que relajen ocasionalmente la narración resta humanidad al conjunto y afecta a su credibilidad. Ane adopta el carácter frío y arisco de la protagonista, lo cual dificulta la empatía del espectador. El personaje encarnado con entrega por Patricia López Arnaiz, así como el de Jone Laspiur dando vida a la hija, terminan siendo inaccesibles y sus motivaciones nunca quedan del todo claras. Esta responsabilidad recae en Sañudo, que ha primado la evidencia sobre la naturalidad en la interpretación de las actrices. Ellas sostienen el film, una carga demasiado pesada que no sujeta ni el guion inconsistente ni la técnica, bastante plana. Apenas hay nada que rescatar de Ane, ya que incluso la música compuesta para la banda sonora contribuye a afear el resultado.
Es una lástima que no fructifique el trabajo invertido ni que se alcance la energía y la contundencia que anunciaban las premisas del film. Puede que un relato como el que cuenta Ane hubiera necesitado más cercanía y menos distanciamiento, más calor y menos frialdad. David P. Sañudo evoca en ocasiones el estilo de Ken Loach o los hermanos Dardenne, cineastas que narran historias intensas con una austeridad casi aséptica. Por el contrario, el comedimiento de Sañudo provoca agujeros en el relato y lo que es peor: una difícil identificación con lo que sucede en la pantalla. Sin duda, es el problema más grave que puede sufrir una película que aspira a transmitir verosimilitud y a señalar situaciones sucedidas en el País Vasco durante demasiado tiempo.