LA TAPADERA. "The front" 1976, Martin Ritt

En los años setenta, la industria del cine ya se sentía preparada para hacer examen de conciencia y exponer sin tapujos el tema de la caza de brujas. Un moderno proceso inquisitorial sucedido dos décadas atrás de manos del Comité de Actividades Antiamericanas, empeñado en depurar cualquier orientación ideológica que no se alinease con el dogma conservador de la derecha estadounidense. Una de las consecuencias más directas para los afectados fue su inclusión en una lista negra que les negaba cualquier posibilidad de trabajo en Hollywood y en los principales canales de televisión. La tapadera se centra en este segundo ámbito, a través de la historia de un hombre corriente que es requerido para firmar los guiones de profesionales que han sido expulsados del sistema. El personaje, interpretado por Woody Allen, obtiene esta cómoda ocupación que le permite ascender en la escala social, hasta que las circunstancias le empujan a tomar partido y abandonar su equidistancia en una progresiva toma de conciencia.

Tanto el director y productor, Martin Ritt, como el guionista Walter Bernstein y los actores Zero Mostel y Herschel Bernardi, entre otros, habían sufrido en sus carnes (y en sus bolsillos) la caza de brujas. Unos antecedentes que otorgan legitimidad a la película y garantizan el conocimiento de primera mano, lo cual no tiene porqué resultar suficiente para alcanzar un buen resultado. También se necesita una narración ágil y cierto sentido didáctico que La tapadera despliega de forma amena y divertida, a pesar de lo terrible del trasfondo. La presencia de Allen hace que la película sea accesible porque su interpretación es cercana y carece de la gravedad que se podría presuponer, gracias a la expresividad y el verbo fácil que el actor imprime en el personaje. Sus compañeros de reparto cumplen igual de bien, con especial relevancia de Mostel, quien recrea a un trasunto de sí mismo apenas un año antes de su muerte. Algunos de los integrantes de la producción son fieles colaboradores de Woody Allen como Charles H. Joffe y Jack Rollins, o la directora de casting Juliet Taylor, lo que hace intuir un ambiente especial en el rodaje que se termina reflejando en la pantalla.

Es de agradecer la ligereza con la que Martin Ritt desgrana la denuncia que contiene el film, sin sacrificar el rigor ni la contundencia. El director centra sus energías en desarrollar el argumento omitiendo los alardes, con un estilo discreto que no distrae de lo esencial: desvelar un periodo infausto de la historia reciente de Norteamérica. Lo consigue por medio de un elenco de actores comprometidos con la causa, un equipo técnico bien engrasado (la fotografía es obra del gran Michael Chapman) y un guion que recurre a un personaje concreto para hacer una enmienda a la totalidad. En resumen, La tapadera es con probabilidad el título de ficción que ha expuesto con mayor lucidez la caza de brujas, un oprobio que conviene no olvidar en estos tiempos de corrección política y de censuras ajenas y autoimpuestas.

Para ilustrar todo lo anterior, nada mejor que contemplar la última escena del personaje encarnado por Zero Mostel. Un plano secuencia de dos minutos y medio que es pura elegancia tanto en las formas como en el contenido, y que invita a quitarse el sombrero (nunca mejor dicho):