MALCOLM & MARIE. 2021, Sam Levinson

En tiempos difíciles, soluciones imaginativas. Este es el lema que motiva al director Sam Levinson y la actriz Zendaya a prolongar su colaboración televisiva en un largometraje nacido bajo el signo del confinamiento. La crisis sanitaria ocasionada por el Covid-19 obliga a sintetizar los elementos mínimos de rodaje en un único escenario y dos personajes, una pieza de cámara en la que el binomio creativo adopta forma de triángulo con la incorporación del actor John David Washington. Los tres hacen posible Malcolm & Marie, película que trae el recuerdo de ¿Quién teme a Virginia Woolf? Ambos títulos filman la disección de una pareja durante una velada de intensos reproches y comparten cierta estructura teatral: el de Nichols por provenir de las tablas y el de Levinson por circunstancias de la pandemia.

Precisamente para evitar que Malcolm & Marie quede encorsetada en los márgenes de la dramaturgia, Levinson desarrolla un estilo muy dinámico, con constantes movimientos de cámara que no suceden por capricho: refuerzan la tensión que existe entre los personajes y el intercambio continuo de palabras. Así, la cámara adopta entidad propia e introduce al espectador no solo como testigo, sino también como tercer personaje dentro de la acción. El lenguaje visual empleado por el director intercala tamaños y ángulos de imagen según la sensación que se quiere transmitir en cada momento, para narrar el combate dialéctico de la pareja y sus acercamientos. El espíritu de Cassavetes (sobre todo de Faces) flota sobre algunos primeros planos, teniendo en cuenta la fotografía granulosa y de contrastado blanco y negro de Marcell Rév.

El montaje completa la puesta en escena a veces nerviosa y a veces juguetona de Malcolm & Marie, una envoltura adecuada para expresar en términos estéticos los contenidos del film: la dependencia emocional, las exigencias del compromiso amoroso, la igualdad y la correspondencia en las relaciones de pareja. Levinson desgrana, además, toda una disertación acerca de la crítica de arte ejercida bajo parámetros identitarios, un tema muy oportuno ahora que la dirección de cine no está vedada en exclusiva al hombre blanco heterosexual. Puede que el guion acumule demasiadas ideas a las que es imposible dar conclusión, y que el público corra el riesgo de ser sepultado por la verborrea de los protagonistas, pero ahí reside el factor humano que tratan de explorar el director y los actores: la dicotomía entre el afecto y el rechazo, la autenticidad y la simulación, lo correcto y lo incorrecto... en definitiva, entre ser alguien o ser nadie para los demás.

La acertada selección musical y el aprovechamiento de los espacios de la casa para desarrollar la historia (la Caterpillar House del estudio Feldman Architecture) terminan de redondear el conjunto. Un ejemplo de cine de resistencia, capaz de convertir las limitaciones en una fuente de inspiración. Malcolm & Marie demuestra que basta un director con ideas, dos actores entregados, un texto bien pulido... y el respaldo en la producción de Netflix. En suma, una película que logra estimular las neuronas vertiendo litros de hiel en la pantalla, poco recomendable para espectadores que se estén replanteando sus lazos sentimentales.