IDIOTAS Y ÁNGELES. "Idiots and Angels" 2008, Bill Plympton

Decepcionado por la pobre repercusión que obtuvo el estreno de Hair high en 2004, Bill Plympton afronta su quinto largometraje adoptando un tono más adulto que en anteriores veces. Por eso, Idiotas y ángeles marca un punto de inflexión dentro de su trayectoria hacia un cine más elaborado en lo narrativo y ya inmerso en las técnicas digitales, si bien en lo esencial se mantiene fiel a su estilo plenamente reconocible.

El guion plantea la hipótesis de ¿qué pasa cuando un idiota es premiado por el destino con un don que no merece? El milagro que recae sobre el protagonista no es solo físico, ya que las alas que de pronto un día empiezan a crecerle en la espalda inciden también en su comportamiento, empujándole a hacer el bien. Todos a su alrededor tratarán de aprovecharse de este fenómeno, lo cual traza un paisaje humano cruel y egoísta en el que Plympton deja clara su visión crítica de la realidad. Idiotas y ángeles es su película más descarnada hasta aquel momento, además de la más redonda y mejor acabada. El autor norteamericano ya no se contenta con hilvanar una sucesión de gags a partir de una idea ingeniosa, y en adelante trabajará con estructuras argumentales mucho más cerradas, buscando la conexión interna de todas las secuencias y con espacios para el romanticismo y las cuestiones morales... sin dejar de ser tan divertido como siempre.

La gravedad que adquiere Idiotas y ángeles afecta a las imágenes, con una gama de colores que se oscurece y mayor presencia de las sombras. También hay un cambio en la música, ya que Plympton trabaja por primera vez con Corey Allen Jackson en una banda sonora de gran personalidad, en la que las composiciones originales conviven bien con temas de Didier Carmier, Nicole Renaud y Tom Waits, entre otros. Como es habitual, los efectos sonoros juegan un papel destacado y completan el lenguaje visual que el director desarrolla con enorme imaginación y dinamismo, incluyendo numerosos planos subjetivos, transiciones que buscan la similitud de formas, alternancia de puntos de vista y un buen catálogo de recursos estéticos que marcan la impronta de un artesano tan genuino e insobornable como es Bill Plympton.

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THE CITY OF THE DEAD. 1960, John Llewellyn Moxey

Algunos géneros cinematográficos como la fantasía o la ciencia ficción requieren de presupuestos generosos para poder desarrollar todas sus posibilidades de manera óptima. Otros, en cambio, no son tan dependientes del dinero e incluso crecen cuando se ven obligados a suplir la riqueza con imaginación. Sucede con el terror, al que siempre le han beneficiado las limitaciones de capital. Buena muestra de ello es The City of the Dead, primer largometraje del realizador John Llewellyn Moxey, quien durante tres décadas trabajó mayormente en proyectos para la televisión británica. Su debut es una brillante propuesta de cine barato, capaz de alcanzar logros formales y narrativos gracias a un guion sencillo pero eficaz, una puesta en escena vigorosa y un reparto desconocido... con la excepción de Christopher Lee, que interpreta un pequeño papel en la época en la que empezaba a destacar.

The City of the Dead trata el tema de la brujería en un remoto pueblo de Nueva Inglaterra, donde una mujer condenada a la hoguera lanzó una maldición en el siglo XVII que perdura hasta el presente. Allí acude una joven estudiante en busca de información para su tesis de Historia, una visita en la que se irá encontrando con los inquietantes vecinos de la localidad, conocedores de un secreto que perpetúa una macabra tradición del pasado. La originalidad del argumento consiste en que está dividido en dos partes bien diferenciadas por una elipsis que juega con la continuidad visual de un elemento (el cuchillo) en dos acciones contrapuestas. No es el único hallazgo que contiene la película, ya que Llewellyn Moxey emplea transiciones muy ingeniosas entre una secuencia y otra que dotan al conjunto de gran dinamismo.

Pero sobre todo, The City of the Dead brilla a la hora de convertir sus carencias en virtudes. Por ejemplo, el decorado del hotel donde se aloja la protagonista adquiere dramatismo mediante el efecto luminoso de una lumbre que crepita en medio de la oscuridad, o el empleo que Llewellyn Moxey y su director de fotografía, Desmond Dickinson, hacen de las sombras y de la niebla en buena parte del metraje. Son recursos estéticos que disimulan con acierto la precariedad de la producción y que refuerzan la atmósfera del film, le otorgan identidad y fuerza expresiva (atención al potente desenlace en el cementerio, con la cruz-lanzallamas abrasando a los infieles). En suma, The City of the Dead es una de esas agradables sorpresas que se obtienen en los márgenes de la industria y que vuelven verdad el dicho de que, en determinadas cinematografías, menos es más.

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PAULINE KAEL: EL ARTE DE LA CRÍTICA. "What she said: The art of Pauline Kael" 2018, Rob Garver

Existen cientos de documentales dedicados a los diversos oficios que se desempeñan en el cine, y muy pocos que tengan que ver con el ejercicio de la crítica. La complicada relación que se ha establecido siempre entre quienes emiten juicios de valor y quienes son valorados se explicita más que en ningún otro caso en la figura de Pauline Kael, la máxima exponente de esa crítica subjetiva que mezcla el análisis con lo personal y las ideas con las emociones.

No es hasta 2018, diecisiete años después de la muerte de Kael, que Rob Garver escribe, dirige y monta este retrato íntimo que cuenta con abundante material de archivo proveniente de entrevistas televisivas, declaraciones, escritos... Kael logró ser una estrella de la profesión gracias a su tenacidad y carácter. Publicó doce libros e incontables reseñas de películas que, muchas veces, dependían de su juicio para triunfar o fracasar en pantalla. El documental Pauline Kael: El arte de la crítica se detiene en algunos de los cineastas que ella apoyó (Godard, De Palma, Altman) y en los títulos que detestó (2001, El exorcista, Shoah) con su particular prosa transparente, tratando de mantener el equilibrio entre los halagos y los reproches... si bien la balanza parece inclinarse hacia los segundos, ya que Kael se hizo famosa por sus comentarios ácidos y vehementes.

Para condimentar el discurso de la protagonista, Garver intercala en el montaje un torrente de fragmentos de films que obligan a estar muy pendiente por la cantidad de información que aportan. Además, hay testimonios de compañeros de Kael, familiares y miembros de la industria como Quentin Tarantino, Paul Schrader o David Lean, este último lamentándose del daño personal que le provocó Kael con su desprecio. Sí, desprecio. Y es que bajo un prisma psicológico, la película puede ser vista como una muestra de las inseguridades y complejos que aquejaban a Kael, los cuales combatía con la fiereza de su pluma. También es un ajuste de cuentas con la propaganda y la docilidad que practicaban sus camaradas varones, ante los que tuvo que abrirse paso con esfuerzo. Y es que el documental contiene una lectura feminista que resulta necesaria para entender al personaje, pero al mismo tiempo da la sensación de que sirve para justificarlo todo: los desplantes, las salidas de tono, la intransigencia... Pauline Kael interpretó magníficamente el papel de intelectual rebelde que se expresa sin pelos en la lengua, y obtuvo tanto éxito que debió seguir proyectando su aureola de justiciera del cine hasta convertirse casi en una caricatura. Hay muchas otras cosas que decir en su favor, y este documental las exhibe con cierta pleitesía. Una de ellas, tal vez la más importante, es que dotó de popularidad a la crítica y engordó las filas de lectores durante la segunda mitad del siglo XX, la época dorada de una disciplina hoy en pleno proceso de devaluación.

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LOOK BACK. 2024, Kiyotaka Oshiyama

Después de dos décadas labrándose una reputación como animador y diseñador en numerosos proyectos, Kiyotaka Oshiyama dirige su primer largometraje con el Studio Durian, fundado por él mismo en 2017. Para ello decide adaptar Look Back, un manga de éxito del autor Tatsuki Fujimoto, que Oshiyama traslada a la pantalla con un estilo muy dinámico que renueva el anime tradicional e incorpora claves estéticas que provienen del cine de imagen real, el videojuego y demás expresiones del audiovisual contemporáneo.

La historia que se cuenta en Look Back tiene como protagonistas a dos chicas de caracteres opuestos que comparten afición por el dibujo y traban amistad, hasta que las circunstancias de la vida las separan y acontece una tragedia que hará que una de ellas se pregunte qué hubiese pasado de haberse comportado de otra manera. Esta hipótesis ocupa el tercer acto del film, estableciendo así un juego de realidades paralelas que derivan en la idea de que hay que perseguir las ilusiones que dan sentido a nuestra existencia. Un bonito mensaje que se expone sin romanticismos ni moralinas, si bien es verdad que hay un culto al sacrificio que habla también del sistema capitalista y que equipara a las sociedades modernas de Oriente y Occidente.

Para comprimir estos y otros conceptos en apenas una hora de duración, Oshiyama emplea un ritmo entrecortado que dota de sugerencia a las imágenes: hay una representación de acciones que muchas veces se muestran parcialmente en el montaje (son habituales los jump cut, los acelerados de tiempo y las elipsis) además de desplazar encuadres y composiciones para ilustrar los sentimientos de los personajes, siempre en quiebra. Y es que Look Back corre el mismo riesgo que la mayoría de los dramas adolescentes llegados de Japón, como es la emotividad desaforada y la cursilería. Por fortuna, el director sabe apretar las riendas en el último momento y reconduce la narración con la cadencia adecuada, en un final triste pero demoledor.

Aunque Look Back puede ser apreciada por un público amplio, es evidente que la profundidad de su propuesta y la sintaxis visual que practica Oshiyama hace que sea más idónea para espectadores con un cierto grado de madurez, en especial aquellos que disfrutan leyendo manga. En definitiva, se trata de una película que posee belleza interior y exterior, una pequeña sorpresa que ejemplifica el buen estado de salud de la animación nipona.

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