El guion plantea la hipótesis de ¿qué pasa cuando un idiota es premiado por el destino con un don que no merece? El milagro que recae sobre el protagonista no es solo físico, ya que las alas que de pronto un día empiezan a crecerle en la espalda inciden también en su comportamiento, empujándole a hacer el bien. Todos a su alrededor tratarán de aprovecharse de este fenómeno, lo cual traza un paisaje humano cruel y egoísta en el que Plympton deja clara su visión crítica de la realidad. Idiotas y ángeles es su película más descarnada hasta aquel momento, además de la más redonda y mejor acabada. El autor norteamericano ya no se contenta con hilvanar una sucesión de gags a partir de una idea ingeniosa, y en adelante trabajará con estructuras argumentales mucho más cerradas, buscando la conexión interna de todas las secuencias y con espacios para el romanticismo y las cuestiones morales... sin dejar de ser tan divertido como siempre.
La gravedad que adquiere Idiotas y ángeles afecta a las imágenes, con una gama de colores que se oscurece y mayor presencia de las sombras. También hay un cambio en la música, ya que Plympton trabaja por primera vez con Corey Allen Jackson en una banda sonora de gran personalidad, en la que las composiciones originales conviven bien con temas de Didier Carmier, Nicole Renaud y Tom Waits, entre otros. Como es habitual, los efectos sonoros juegan un papel destacado y completan el lenguaje visual que el director desarrolla con enorme imaginación y dinamismo, incluyendo numerosos planos subjetivos, transiciones que buscan la similitud de formas, alternancia de puntos de vista y un buen catálogo de recursos estéticos que marcan la impronta de un artesano tan genuino e insobornable como es Bill Plympton.