La estructura narrativa tiene dos partes bien diferenciadas que se intercalan en el metraje: una que cuenta el relato y otra que convierte las pulsiones de los personajes en canciones. La primera se desarrolla mediante conversaciones que son filmadas con un estilo realista, de imágenes granuladas, luz natural y una cámara distante (a veces incluso escondida) que favorece la confesión. Todo con el objeto de hacer del espectador un testigo privilegiado de cuanto sucede en la pantalla, aunque esto implique incurrir en ciertas paradojas de la técnica, como es tratar de transmitir veracidad empleando en el montaje el artificio de unos efectos que simulan las grabaciones analógicas. Esta solución estética no empaña el hecho de que la película transpire verdad, gracias entre otras cosas al carisma de Álvarez, capaz de ganarse la confianza de sus interlocutores y de que estos se relajen y presten testimonios de gran calibre dramático. Además hay comedia, claro está, y situaciones mundanas que dibujan el paisaje de una gitanería resistente y orgullosa.
La parte musical adopta otro cariz. Las imágenes están más elaboradas, la cámara en mano se acerca y participa de los bailes, hay una inmersión en la escena que se refuerza con el sonido, grabado con micrófonos direccionales. Así, el público escucha con precisión lo que muestra el encuadre mientras que lo que está fuera de plano permanece en segundo o tercer término, según el instante. Es un procedimiento muy poco habitual dentro del género que permite oír lo mismo que oyen los músicos en la inmediatez del directo, y que aporta al film una dimensión muy particular. Sobra decir que las interpretaciones de los artistas son de una calidad abrumadora, con números que van de la celebración festiva al recogimiento íntimo, pasando por la performance. Y siempre, en el centro, el toque de Yerai Cortés construyendo melodías de enorme belleza y hondura.
En la convivencia de las dos caras que forman el documental reside su magia y su misterio. Una película con duende que posee la virtud de exponer las dicotomías inherentes al ser humano: introspección/exaltación, llanto/risa, crudeza/elegancia y tantas otras contradicciones que hacen de La guitarra flamenca de Yerai Cortés una experiencia apasionante.