SALVE MARÍA. 2024, Mar Coll

En su tercer largometraje, Mar Coll continúa explorando los conflictos familiares y las crisis de identidad de perfiles femeninos en la etapa de la adultez temprana. En esta ocasión va un paso más allá y se adentra en el terreno del terror psicológico, con un argumento que entronca con la tragedia clásica de Medea. No se trata de una actualización del mito, puesto que la protagonista de Salve María no necesita la infidelidad de un hombre para canalizar su rabia y fantasear con el infanticidio, ahora el enemigo es el propio vástago que le ha robado su individualidad como mujer y como creadora... así, la cineasta catalana no solo mira a la Grecia del pasado, sino que también asume la tradición cristiana (de ahí el título) y las referencias literarias de Sylvia Plath o Simone de Beauvoir, entre otras autoras que le sirven para trazar el descenso a los infiernos de una escritora sobrepasada por su reciente condición de madre. Si bien María ya se siente anulada al comienzo de la película, el detonante de su perturbación es la noticia de un terrible suceso ocurrido en su misma ciudad, lo cual la lleva a obsesionarse con la idea de una vida sin su bebé.

Mar Coll y Valentina Viso adaptan la novela Las madres no, de Katixa Agirre, un reto muy exigente para cualquier guionista: es demasiado fácil caer en la truculencia y la desmesura. Salve María no supera ciertas líneas pero las bordea peligrosamente, entre otros motivos porque le cuesta centrar el foco de la narración. Por ejemplo, la relación de la protagonista con algunos personajes importantes (Ana, Alice) no termina de definirse y resulta ambigua, al contrario de lo que sucede con la pareja interpretada por Oriol Pla. Además, Coll se mueve con soltura en el naturalismo, pero no tanto en determinadas escenas simbólicas tal vez forzadas (el cuervo) o que se antojan pobres y faltas del carisma necesario (el ser que adopta el rostro del fresco medieval). Para reforzar las sensaciones que aíslan a María de la realidad, se emplea el recurso evidente de la música, dramática en exceso y con unos coros que poco tienen que ver con el tono general, apagado y frío.

Estas debilidades no restan valor a los aciertos que contiene el film: hay una atmósfera insana que atraviesa el conjunto y una extrañeza que Coll expresa mediante imágenes de tensión soterrada, con hallazgos de montaje (la confesión final) o de planos largos y ralentizados (la recogida del premio). Pero sobre todo, si algo permite que Salve María se restablezca de sus propias dificultades, es la interpretación siempre comprometida de Laura Weissmahr. La actriz afronta su primer papel principal con una dedicación kamikaze, capaz de humanizar lo inhumano y de hacer que el espectador encuentre algún asidero dentro de esta película arisca e incómoda, que apenas ofrece tregua. Solo por su vocación casi suicida de abordar un tema tabú, cabe prestar atención a semejante apuesta tan irregular como valiente.