Malditos bastardos. "Inglourious basterds" 2009, Quentin Tarantino

Quentin Tarantino ha dado a lo largo de su carrera evidentes muestras de su talento como director, a la vez que ha sabido crear un estilo muy personal basado en todo tipo de referencias bien asimiladas, y que abarcan un amplio arco que va desde Godard hasta Russ Meyer. "Malditos bastardos" amplifica sus señas de identidad, consiguiendo que sus escenas serias resulten solemnes, y las cómicas, delirantes. Es el refinamiento de un modo de hacer cine que se sabe poderoso, un referente indiscutible dentro del cine moderno –en el buen sentido de la palabra– y una película que funciona como un elogio de la autosatisfacción, sin que esto conlleve menoscabo. En efecto, Tarantino consigue hacer los films que quiere y se preocupa de que el espectador lo sepa, en un ejercicio de libertad que pocos autores se pueden permitir. Quien sea capaz de asimilar esas claves y participar en el juego, tendrá la diversión asegurada. Una diversión auténtica, primaria, casi infantil. El resto del público asistirá desconcertado a esta reinvención de la historia y a la sucesión de homenajes más o menos encubiertos del autor. El guión de Tarantino se recrea en uno de los motivos de su éxito: unos diálogos inconfundibles, ricos y llenos de posibilidades para unos actores que se crecen diciéndolos. La división de la trama por capítulos y los personajes episódicos forman parte del sello Tarantino. La estupenda dirección de actores aprovecha al máximo las posibilidades de cada intérprete, y nos da la oportunidad de descubrir a un excepcional Christoph Waltz, que logra elaborar un personaje inolvidable. La cámara de Tarantino, como es habitual, se sitúa siempre en el lugar correcto para conseguir los máximos resultados sin dejar de resultar ecléctica: es dinámica, ágil, serena, juguetona o solemne según proceda. La fotografía de Robert Richardson lleva la marca inherente del talento, y el empleo de la música es un desafío a todas las convenciones. "Malditos bastardos" supone por todos estos motivos la quintaesencia de su autor, un regalo para sus seguidores y un chorro de gasolina para el fuego de sus críticos. A estas alturas, no se puede pedir más.