La periodista británica Lynn Barber recuperó en sus memorias los acontecimientos que la llevaron a madurar precipitadamente cuando era una escolar en el Londres de 1961. Su relación con un hombre mayor que ella y el descubrimiento de una nueva vida llena de estímulos y de emoción, más allá de los estrictos márgenes académicos y familiares, despertaron el interés del reputado novelista Nick Hornby para darle forma de guión cinematográfico. Se trataba de exponer el retrato de dos modelos de educación tan enfrentados como prototípicos: por un lado, la educación cerrada y restrictiva dentro de una gran ciudad que está a punto de conocer la ebullición de los años sesenta y el advenimiento de los Beatles. Por otro lado la educación personal, basada en la experiencia, aquella que obliga a madurar a golpes para avejentar a los débiles y volver sabios a los fuertes. El guión de “Una educación” trata con gran destreza narrativa todos estos temas sin excesos ni dramas altisonantes, con una tendencia naturalista que encuentra en el rostro de la joven actriz Carey Mulligan su mejor aliada. Su interpretación rica en matices y de una elocuencia siempre controlada, ha provocado el aplauso unánime de crítica y público, el anuncio de que ha nacido una actriz en ciernes, un talento en bruto a la que aguarda un prometedor futuro. Su encarnación de Jenny encuentra en Peter Sasgard la réplica perfecta, pues este actor es capaz de acompañarla en su tránsito a la madurez dejando entrever una ambigüedad que resultará determinante en el desenlace de la historia. Porque “Una educación” es una película de experiencias y de apariencias, de posturas y de imposturas, un film con un amplio trasfondo y de calculada sencillez, que funciona como un relato de iniciación a la manera de las novelas victorianas a las que rinde tributo. Para llevar el barco a buen puerto era necesario situar al timón a una directora como Lone Scherfig, que cuenta en su haber con títulos tan destacables como “Italiano para principiantes” (2000) y “Wilbur se quiere suicidar” (2002). El hecho de que “Una educación” sea una producción británica y esté rodada fuera de su Dinamarca natal, potencia lo que sin duda es una de las cualidades de la película: la recreación de una época y de unos modelos de conducta ajenos a su propia vivencia, algo que ya estaba presente en los textos de Barber primero y de Hornby después, pero que a través de los ojos de Scherfig cobra una fascinación y un sentido de lo plástico de gran personalidad. Las imágenes del film aparecen como postales de un tiempo pasado, y son el decorado por el que los personajes pasean sus anhelos y frustraciones a modo de cuadro naturalista, con una puesta en escena sobria y elegante que coloca a Scherfig en una posición destacada dentro del reciente cine europeo.