Dos películas han bastado para que el nombre de Asghar Farhadi se haya impuesto como una de las referencias a tener en cuenta dentro del panorama cinematográfico internacional. Aunque su filmografía abarca hasta la fecha cinco títulos, el estreno en 2009 de “A propósito de Elly” y su posterior difusión ha permitido descubrir una mirada nueva respecto a problemas antiguos en Oriente Medio, al tiempo que derrumbaba tópicos sobre el cine iraní. El tan manido cliché de cine contemplativo y parsimonioso, apto para críticos entregados y un público intelectual, queda en entredicho gracias a las películas de Farhadi, cine vibrante que no deja tregua al espectador aún cuando permanece profundamente enraizado en la tierra y en las gentes a las que retrata.
“Nader y Simin, una separación” insiste en las líneas maestras desplegadas en “A propósito de Elly”, en desarrollar una situación cotidiana que deriva en drama, lo que sirve a Farhadi para hacer un minucioso estudio sobre los personajes que puede ser interpretado como el espejo de una sociedad y sus contradicciones. Porque Farhadi tiene la virtud de no señalar ni de poner altavoces en los temas que le preocupan, sino que los ejemplifica mediante situaciones reconocibles, implicando a espectadores de cualquier rincón del planeta. Es decir, en el caso de “Nader y Simin, una separación” el hecho de la ruptura de la pareja protagonista sirve para ilustrar la separación entre el sector tradicional y el aperturista, entre el religioso y el laico, entre los roles masculinos y femeninos. Para ello Farhadi emplea recursos que conoce bien y que administra como pocos otros directores: el uso de la tensión, del sentido del drama, para atrapar al espectador y colocarle en la incómoda posición del voyeur que asiste a los desastres que suceden en la pantalla con el distanciamiento necesario para que, consciente de su condición de testigo mudo, se vea obligado a juzgar a los personajes, algo que Farhadi esquiva premeditadamente. A esto contribuye también el inteligente escamoteo de informaciones y el juego con la elipsis, lo que depara más de una sorpresa.
Por último y no menos importante, lo que hace de esta película un abrumador ejercicio de realidad tenso y desasosegante es la interpretación, magnífica, de todos los actores, desde los principales hasta los que cuentan con una sola frase. Farhadi hace de ellos el vehículo perfecto de identificación con el espectador, y confirma su virtuosismo a la hora de manejar las emociones, con la lucidez y la capacidad de observación propias del gran humanista que es.