Howl. 2010, Rob Epstein y Jeffrey Friedman

Después de una exitosa trayectoria como documentalistas, los directores Rob Epstein y Jeffrey Friedman afrontan su primer largometraje de ficción sin abandonar la perspectiva histórica ni la referencia biográfica que supone elegir como personaje a Allen Ginsberg, uno de los poetas más destacados de la generación beat. Los avatares y el proceso judicial derivado de la publicación de su poema “Aullido”, un largo grito de rebeldía en el cual el autor hizo un doloroso examen de conciencia para escarnio de censores y bienpensantes, sirve como base argumental para una película que trata de establecer diferentes niveles:
Por un lado, la causa inquisitorial del juicio, cuya función es trazar un mapa de situación respecto a la época y el contexto en el que fue escrito el poema. Por otro lado, la entrevista en paralelo que un periodista invisible realiza a Ginsberg, con una finalidad claramente testimonial, de retrato íntimo del personaje. Y por último, las imágenes que sirven para ilustrar algunos pasajes del famoso poema, empleando el recurso de la animación.
Estas tres partes aparecen bien diferenciadas y se alternan en la narración, completándose unas a otras y dibujando, en sí mismas, un perfil del poeta que se aleja de la biografía al uso. A pesar de todo, el guión de “Howl” resulta insistente, peca de cierta reiteración según transcurre el metraje y llega a caer en un tono discursivo que está a punto de arruinar una película a la que hay que reconocer, no obstante, su voluntad de escapar a las convenciones del género hagiográfico.
La dirección de Esptein y Friedman tiene buen cuidado de no cometer excesos ni supeditarse a los encantos de la trama, manteniendo una corrección apenas truncada por las escenas de animación. Los versos de “Aullido” quedan traducidos en un auténtico derroche de imaginería visual, un festival de simbolismo en ocasiones algo simple, obvio. Por lo demás, los directores de “Howl” saben perfectamente sobre qué hombros descansa el peso de la película y por eso permiten que James Franco haga suya la figura de Allen Ginsberg, elaborando el retrato de un personaje complejo y fascinante, que el actor encarna con excelencia.