Resulta reconfortante comprobar cómo el desarrollo de las nuevas
tecnologías (el 3D, los efectos por ordenador) no sólo no acaba con las antiguas
fórmulas, sino que ayuda a revitalizarlas. Es el caso del stopmotion en
la animación. “El alucinante mundo de Norman” es el penúltimo ejemplo de un
cine que mira atrás tanto en la forma como en el contenido. Los directores
Chris Butler y Sam Fell plantean un ejercicio de nostalgia ochentera, cargado
de guiños a un público adulto que podrá compartir con sus hijos noventa minutos
de humor y emociones sin sentir rubor alguno.
La película exhibe una firme voluntad de divertimento que huye de
la trascendencia y la solemnidad que aquejan a una buena parte del cine juvenil
actual. La inevitable moraleja aparece bastante contenida, y entre sus
elaboradísimas imágenes se cuela la crítica a una clase media estadounidense
que resuelve sus miedos a escopetazos y rechaza todo lo diferente. Lo revelador es que no hay gran diferencia entre los zombis que
aterrorizan las calles y los vecinos que tratan de defenderlas.
“El alucinante mundo de Norman” encuentra en el diseño de los
personajes y los decorados su principal seña de identidad, con un aspecto
visual que conjuga perfección técnica con inspiración y frescura. Las
referencias son múltiples y variopintas: desde James Whale hasta Spielberg,
pasando por George A. Romero, John Carpenter o los ineludibles Tim Burton y
Henry Selick, unos congregados bajo coartadas estéticas y otros argumentales.
En definitiva, se trata de un gozoso alegato en favor de la
animación clásica, aquella que nunca deja de ser moderna, demostrando que hay
vida en las pantallas más allá de Disney, Pixar o Dreamworks.