Los 5000 dedos del Dr. T. “The 5000 fingers of Dr. T” 1953, Roy Rowland

"Los 5000 dedos del Dr. T” estaba llamada a convertirse en un clásico del cine infantil, en un referente dentro del género fantástico. Sin embargo, su extravagancia y su rotundo lirismo la relegaron a la condición de película de culto, y así continúa hasta hoy, pues su salvaje inventiva se ha mantenido intacta a través del tiempo. Hay películas que se recuerdan por sus imágenes, y ésta sin duda es una de ellas.
Al igual que una buena parte de los cuentos escritos en el siglo XX, “Los 5000 dedos del Dr. T” hunde sus raíces en “Alicia en el País de las Maravillas”, trasladando las maneras británicas de Lewis Carroll al escenario de la música y del conflicto generacional. La historia cuenta las ensoñaciones de un niño abrumado por la obligación de practicar ejercicios de piano, una responsabilidad contra la que se enfrentará en el mundo de la imaginación. Y es precisamente en este universo mágico donde la película alcanza cotas de virtuosismo estético, gracias al diseño de los personajes y, en especial, de los decorados. La rabiosa inspiración de sus creadores se ve acrecentada por un carácter artesanal que poco tiene que ver con el cine fantástico de nuestros días, en el que los actores se ven obligados a interactuar con pantallas verdes y las películas se fabrican una vez que están rodadas.
La apuesta de Roy Rowland como director es la de sacar el máximo provecho de cada uno de los ambientes creados para la película, de fuerte influencia pictórica y teatral. Los actores, el guión y las canciones tratan de estar a la altura de los decorados y de aportar contenido a semejante envoltorio. A pesar de eso, aquí no hay complicados giros en la trama ni diálogos demasiado elaborados, se trata más bien de participar en un relato de ensueño, objetivo que se alcanza con creces.
Stanley Kramer deja de lado sus habituales alegatos humanistas y realiza una gran labor en la producción del film, cuyo objetivo principal es el de la fascinación de los espectadores más jóvenes. La película no lo consiguió en su día y el público le dio la espalda, tal vez apabullado por el derroche onírico y por cierta crueldad que subyace en la trama. Es fácil intuir que detrás de la diversión y del escapismo se asoma la vieja dicotomía acerca de la incomprensión entre niños y mayores, el cuestionamiento de la disciplina, la resistencia de los jóvenes por madurar y de los adultos por sentir empatía con los jóvenes. Argumentos tan antiguos como el hombre, aquí aderezados por unos números musicales más bien discretos, (a excepción del llevado a cabo por los instrumentistas prisioneros del Dr. T, una verdadera filigrana).
En definitiva, “Los 5000 dedos del Dr. T” es uno de esos tesoros que merece la pena descubrir, una obra genial e iconoclasta capaz de satisfacer por igual a los cinéfilos exigentes, a los amantes de las rarezas y al público infantil.    
A continuación, uno de mis momentos predilectos: la canción que canta el ascensorista en el descenso hacia las terribles mazmorras del Dr. T. Una melodía con aires de Kurt Weill, deliciosamente perversa: