Chantaje en Broadway. "Sweet smell of success" 1957, Alexander Mackendrick

Tras el éxito obtenido con “El quinteto de la muerte”, Alexander Mackendrick dirigió su primera película en los Estados Unidos llevando a la pantalla un guión de Ernest Lehman y Clifford Odets. El equipo no pudo dar mejores resultados: Lehman aportó el relato original, Odets lo revistió de denuncia y compromiso, y Mackendrick aplicó la fórmula del cine negro. El aspecto diferenciador de “Chantaje en Broadway” es que aquí los gangsters son sustituidos por columnistas influyentes, y que las pistolas tienen forma de máquina de escribir. El resto permanece igual: la lucha por el poder, la extorsión, las víctimas y los verdugos, el abrupto despertar del sueño americano en los albores de los años sesenta.
Mackendrick retrata con meticulosidad los paisajes urbanos sumidos en una noche perpetua, a través de una puesta en escena que es puro nervio y energía. La sucesión de escenarios es constante y rica en situaciones que cuentan más de lo que muestran: detrás de cada esquina surge un personaje con su propia historia, una galería de adictos al éxito por la que circulan Burt Lancaster y Tony Curtis. Los dos actores cumplen magistralmente con los arquetipos del emperador y su corifeo, profesionales de la corrupción navegando entre brumas y neones.
El guión conjuga el thriller con la tragedia clásica, el drama con la comedia negra, todo verbalizado por unos diálogos tan afilados que resultan cortantes. Mackendrick no pierde el tiempo con explicaciones ni secuencias de transición: el ritmo fluye  a velocidad de vértigo, sin dar tregua al espectador. El director potencia el dinamismo de la narración con movimientos de cámara y de actores dentro del plano, en una coreografía que saca el mejor partido de la diversidad de los decorados. El director de fotografía James Wong Howe se sirve de las posibilidades del blanco y negro para estilizar la miseria moral del argumento, a lo que también contribuye la partitura con aromas de jazz de Elmer Bernstein. 
Al contrario de lo que se podría temer, la crítica que expone “Chantaje en Broadway” no queda diluida por el tremendismo, gracias al pulso de Mackendrick y a su adherencia a las claves del género negro. La lente de su cámara señala y acusa, instiga a unas criaturas con las que no es fácil identificarse, pero cuyos pasos se siguen con fascinación. El tono del relato, en ocasiones aparentemente ligero, oculta toneladas de arsénico. Esta es la virtud de una película que, no obstante, concluye de forma esperanzadora: con el único personaje inocente de toda la trama alejándose calle arriba, mientras el sol emerge entre los edificios. Una imagen que sirve como asidero, un rayo de luz dentro de una película más que negra, azabache.