Holy Motors. 2012, Leos Carax

Al igual que sucede con determinados poemas o con algunos cuadros, hay películas que es mejor no explicar. Y no porque carezcan de sentido o sean demasiado crípticas, sino porque se hace evidente la intención del director de escapar a las convenciones. Luis Buñuel es el paradigma, pero ha habido otros como Alain Resnais o David Lynch que han luchado desde los fotogramas de su cine contra todo intento de racionalización. Esta actitud, que puede molestar a muchos espectadores, es tan legítima como su contraria. En una época en la que las películas se ofrecen al público masticadas y deglutidas para su fácil digestión, una obra como "Holy Motors" es una provocación, un acto subversivo, un acicate para los ojos acomodados. No en vano, el film de Leos Carax comienza con la imagen de un patio de butacas cuyos ocupantes permanecen frente a la pantalla con los ojos cerrados.
A pesar de la aparente arbitrariedad y de la falta de concreción que simula mantener "Holy Motors", el tema predominante es el de la identidad. El guión adopta la forma de un poliedro cuyas caras se corresponden con las sucesivas peripecias que el Sr. Oscar va viviendo en sus transformaciones de personalidad. La limusina es el camerino ambulante donde el personaje se reinventa, y las calles de París son el plató en el que lleva a cabo sus citas, ejercicios de interacción con una realidad plagada de fingidores, como él.
Antecediendo esta estructura episódica hay un prólogo que el director emplea como declaración de principios: El propio Carax se levanta de la cama (¿se ha despertado o está soñando?) y tantea la habitación buscando algo. Sus pesquisas le llevan hasta un cine en cuya pantalla se presenta la primera de las encarnaciones de Oscar: un banquero acaudalado que se dispone a iniciar la jornada. Después será una mendiga, un salvaje, un padre, un asesino o el patriarca de una familia de orangutanes... Las analogías respecto a la sociedad en la que vivimos están abiertas a la percepción del público. Porque se trata de eso, de una película de percepciones más que de certezas. Quien busque un argumento conciso o un mensaje aleccionador se verá inevitablemente frustrado. "Holy Motors" plantea muchas preguntas sin respuesta. Aún así, el mensaje es claro: vivimos en una sociedad enferma que ha hecho del drama y la violencia un espectáculo, una caterva de farsantes y de espectadores apáticos en busca de una emoción irreal y pasajera. Es por esto que la amargura del personaje de Oscar parece ser la del propio director. Detrás de su artificio y de su riguroso caos, "Holy Motors" es un film pesimista que ahuyenta la melancolía con rabia y desesperación.
Se comulgue o no con la película, lo cierto es que la labor del actor Denis Lavant se merece todos los elogios. Su pequeño físico revienta los márgenes del encuadre, demostrando una asombrosa capacidad para pasar del histrionismo a la contención y para transmutarse en los roles más diversos. De un virtuosismo casi extenuante, su labor sostiene el film y consigue que sea posible. Tratándose de "Holy Motors", eso ya es mucho decir. Las encargadas de darle la réplica son un variado grupo de actrices que contribuyen a bifurcar aún más los ríos por los que fluye esta película más que valiente, suicida.
El epílogo en el hangar de la empresa que da título al film, un diálogo entre limusinas, añade humor a la historia permitiendo que el espectador salga de la proyección con una sonrisa, aunque sea de desconcierto. Bendita sea.
A continuación, "Sans titre", el cortometraje que Leos Carax realizo en 1997 por encargo del Festival de Cannes con motivo de su 50 aniversario. Un estimulante trabajo de montaje que alterna imágenes de archivo con planos de la película que entonces tenía entre manos, "Pola X". Que lo disfruten: