Micmacs. "Micmacs à tire-larigot" 2009, Jean-Pierre Jeunet

Pocos directores como Jean-Pierre Jeunet han sido capaces de crear un estilo tan personal y reconocible. Basta ver unos segundos de cualquiera de sus películas para identificar la exuberancia visual, el cuento hecho imágenes. Desde Delicatessen hasta la fecha, Jeunet ha sido fiel a los mismos temas con pequeñas variaciones que le han permitido conformar un universo propio, para regocijo de sus seguidores y hartazgo de sus detractores. El sexto largometraje del director, Micmacs, es el paradigma de la obsesión convertida en sello.
El sentido cinético de Jeunet se desarrolla en esta película con la creatividad habitual del autor de La ciudad de los niños perdidos y Amélie, forzando las posibilidades formales y las convenciones del relato. Se trata de cine, sí, pero también de pintura, música, teatro... sin que se perciba una clara diferencia en la pantalla. Más allá de la retórica y del barroquismo estético, subyace el interés de Jeunet por mostrar lo mejor de sus personajes, hasta el punto de que se le podría definir como un humanista convencido. Prueba de ello es Micmacs.
El argumento narra la venganza de un pobre infeliz contra dos compañías armamentísticas, una fabricó la bomba que mató a su padre, y otra la bala que se aloja en su cabeza tras un incidente violento. Planteada como un alegato pacifista, Micmacs emplea los recursos de una fábula moderna cuya moraleja se desvela desde el principio: los mercaderes de la guerra son cómplices de la barbarie y deben pagar por sus negocios con la muerte.
Jeunet insiste en los personajes excéntricos que requieren de actores voluntariosos: Dany Boon, Yolande Moreau, André Dussollier o el siempre fiel Dominique Pinon, explotan sus dotes cómicas y su gestualidad acorde al tono del film. Una vez más, Micmacs establece vínculos con el cine mudo de Méliès, Murnau o Lang, con la ilustración del siglo XX, con el arte mecanicista, con Jean Renoir, René Clair, Max Ernst, Tex Avery, Sacha Guitry... y una larga lista de referencias que se amalgaman a lo largo de los cien minutos de metraje sin dar tregua al espectador. Incluso Jeunet se permite homenajes a sí mismo, como la breve aparición en una de las escenas de la pareja protagonista de Delicatessen.
Al igual que las demás películas del director francés, Micmacs es una celebración del ensueño en su estado más puro, casi infantil. De cine como soporte lírico, afectivo, sensorial... Una impresión a la que contribuye el trabajo musical de Raphaël Beau y fotográfico de Tetsuo Nagata. Artistas inspirados que suman sus esfuerzos a los de Jean-Pierre Jeunet para levantar este enorme artefacto diseñado para contar cosas sencillas sobre personajes excepcionales. Ojalá que este afán dure muchos años.