El viejo y el mar. "The old man and the sea" 1958, John Sturges

Apenas había transcurrido un lustro desde la publicación de la novela de Ernest Hemingway El viejo y el mar, cuando el cineasta John Sturges se encargó de la adaptación a la pantalla. El reto no era fácil. Se trataba de recrear la dimensión épica del libro (la lucha por la supervivencia en un medio natural) y al mismo tiempo conservar su carácter íntimo (un único personaje, en un solo escenario). Algo parecido a lo que había practicado unos años atrás en Astucia de mujer, bajo la fórmula de sintetizar el argumento, dosificar la tensión y concentrar el drama del film en los detalles. Sturges, que ya había demostrado su destreza en el western y en los paisajes abiertos, reivindicaba también la importancia de los personajes. El viejo y el mar es un buen ejemplo.
La historia es de sobra conocida: un anciano pescador trata de ahuyentar su mala suerte saliendo a faenar a alta mar, donde encontrará un enorme pez que será la última oportunidad de probar su valía. El viejo del título está encarnado brillantemente por Spencer Tracy, con quien Sturges había trabajado con anterioridad en El caso O'Hara y Conspiración de silencio. El director es muy consciente del actor que tiene delante y aprovecha todos sus recursos interpretativos, incluso los físicos. Los dos se miden a ambos lados de la cámara sin lograr determinar dónde termina la labor de uno y dónde comienza la del otro. Por eso, se podría decir que El viejo y el mar es una obra de autoría compartida.
En la primera parte de la película, el pescador hace los preparativos en compañía de Manolín, un niño del pueblo. Es el segmento costumbrista del relato donde se presenta a los personajes en su entorno. Luego viene el núcleo que contiene la acción principal, la lucha del pescador por capturar su presa, que da sentido al film.  Y después la parte final, en la que se recupera el personaje de Manolín y se conocen las consecuencias de la travesía. El guión de Peter Viertel respeta escrupulosamente la narración literaria, incluso la voz en off del protagonista que suena durante todo el metraje. Sin embargo, las mayores dificultades surgen en el aspecto visual. El director de fotografía James Wong Howe hace verdaderos esfuerzos por resolver los problemas que platea el rodaje en el mar y su recreación en decorados artificiales, mediante el uso de transparencias y algunos trucos ópticos que no han envejecido demasiado bien: lentes que distorsionan, juegos de luces... Nada que consiga restar méritos a esta película hermosa en el fondo y en la forma.
La banda sonora de Dimitri Tiomkin juega un papel fundamental en la trama, insuflando aliento a las peripecias del viejo protagonista con sonoridades a veces épicas y a veces líricas. En suma, El viejo y el mar es una emotiva relectura cinematográfica del clásico de Hemingway que satisfará a los amantes de la novela y de la aventura tradicional, aquella que no precisa del espectáculo circense para provocar emociones. A continuación, una prueba del buen hacer de Tiomkin en la partitura. Relájense y disfruten: